RELMECS, diciembre 2017, vol. 7, no. 2, e031, ISSN 1853-7863
Universidad Nacional de La Plata - Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro Interdisciplinario de Metodología de las Ciencias Sociales.
Red Latinoamericana de Metodología de las Ciencias Sociales

RESEÑA / REVIEW

 

 

Efectos y límites disciplinares en la investigación social

Reseña de: Ana Carolina Arias y Matías David López. Indisciplinas. Reflexiones sobre prácticas metodológicas en ciencias sociales. La Plata: IICOM y Club Hem.

 

 

Ramiro Segura

CONICET - Universidad Nacional de La Plata
Universidad Nacional de San Martín, Argentina.
segura.ramiro@gmail.com


Cita sugerida: Segura, R. (2017). Efectos y límites disciplinares en la investigación social. [Revisión del libro: Indisciplinas. Reflexiones sobre prácticas metodológicas en ciencias sociales por Ana Carolina Arias y Matías David López]. Revista Latinoamericana de Metodología de las Ciencias Sociales,7(2), e031. https://doi.org/10.24215/18537863e031

 

 

I

Indisciplinas es un libro que da voz a experiencias de investigación de jóvenes investigadores/as en formación de la Universidad Nacional de La Plata, quienes presentan filiaciones institucionales y disciplinares diversas así como también despliegan sus búsquedas en campos de saber heterogéneos, involucrando una pluralidad de métodos de trabajo. Así, la propuesta que organiza la publicación resulta sumamente sugerente: cada capítulo individual contiene la reflexión acerca de las propias y concretas prácticas de investigación de un/a joven investigador/a, desplegada en el marco de su formación de posgrado, describiendo los caminos recorridos, los obstáculos encontrados y las estrategias desarrolladas para intentar superarlos. Como proponen los editores Ana Carolina Arias y Matías David López en la introducción del libro, se trata de “esbozar los contornos de la producción académica en Ciencias Sociales que habita el espacio universitario” por medio de “indagar en las formas astutas y creativas de hacer, aprender, entender e interconectar los procesos de investigación” (p. 21).

Para lograr esto, a lo largo de nueve capítulos jóvenes investigadores/as presentan sus temas de estudio y los diversos dilemas analíticos y disciplinares que emergieron en su abordaje: Ornela Boix reflexiona sobre los usos de la etnografía por parte de una socióloga que estudia la profesionalización de un sello musical emergente; Florencia Basso indaga las relaciones entre arte, memoria e imagen en producciones de hijos/as nacidos/as en México de padres argentinos exiliados durante la última dictadura; Canela Gavrila problematiza algunas categorías (división sexual del trabajo, régimen político de la heterosexualidad y género) para el análisis histórico, específicamente para pensar los orígenes del Trabajo Social en la Argentina; a partir de su etnografía sobre la danza y el circo, Mariana Saez propone al cuerpo como punto de partida de la investigación y al extrañamiento corporal como ejercicio para comprender las prácticas sociales; Juan Branz reflexiona sobre la proximidad y la distancia biográfica, de género y de clase involucradas en su investigación sobre rugbiers y masculinidades en La Plata; Emiliano Sánchez Narvarte despliega un conjunto de herramientas teóricas y metodológicas para acceder a la comprensión de un itinerario intelectual; Nicolás Cuello explora metodologías de la decepción como estrategia de investigación acerca de prácticas artísticas contemporáneas y políticas sexuales; María Sofía Bernat reflexiona sobre el potencial de la etnografía para el abordaje de procesos barriales; y Diana González describe la estrategia metodológica desplegada en el análisis de un conflicto en torno al uso de agroquímicos en Pergamino.

Resultaría sumamente extenso comentar cada uno de los capítulos en detalle; me voy a centrar, en cambio, en el efecto de conjunto que la publicación genera. En este sentido, en primer lugar me gustaría señalar que, más allá de la diversidad de temas, disciplinas y metodologías tratadas en los capítulos, y sin desconocer que la publicación no se presenta ni pretende ser una “muestra representativa” del universo de jóvenes investigadores/as en la universidad, se vislumbran en el libro algunas tendencias como la creciente importancia del género, la sexualidad y el cuerpo en los modos de interrogar la vida social así como la generalización (y consecuente diversificación) de la etnografía como herramienta metodológica que, a mi entender, constituyen características salientes del campo más amplio de las ciencias sociales argentinas contemporáneas donde estas experiencias concretas se enmarcan. Asimismo, la existencia de un libro íntegramente realizado por jóvenes investigadores/as condensa el proceso de consolidación de la investigación en ciencias sociales en el país, posible a partir del establecimiento y expansión de mecanismos de financiamiento a la investigación, la formación en posgrado y la educación universitaria que hoy es fundamental defender y perfeccionar. Por otro lado, me gustaría señalar, además, que de manera transversal a cada uno de los capítulos, e independientemente del problema sustantivo bajo análisis, hay dos grandes líneas de fuerza que permiten establecer un diálogo intertextual entre los/as autores/as: la disciplina y la investigación. En lo que resta de esta reseña me centraré en estas dos cuestiones.

II

Sobre la disciplina. Como Clifford Geertz (1996) nos recordaba en Tras los hechos, libro que sintetiza su trayectoria profesional y su legado intelectual, disciplina hace referencia a un modelo específico de comportamiento, a la aplicación de un método sistemático y a la sumisión a reglas determinadas, entre otros sentidos convergentes. En tiempos de “géneros confusos” (para seguir con el lenguaje geertziano) y teniendo en cuenta además que, como ha señalado Renato Ortiz (2004) entre muchos otros autores, particularmente en América Latina las fronteras y las distinciones entre disciplinas tuvieron históricamente un peso menor que en los países centrales, pienso que la preocupación por la disciplina por parte de jóvenes investigadores/as en formación emerge como un síntoma de los procesos formativos en los cuales se insertan sus respectivas investigaciones.

En relación a las disciplinas las dinámicas actuales son efectivamente contradictorias. Por un lado, las formaciones universitarias, las convocatorias a financiamiento, la organización de los congresos, entre otras instancias, refuerzan las disciplinas (al menos para saber en qué comisión del CONICET o de la categorización de docentes-investigadores va a aplicar cada uno/a). Por el otro, sabemos que las prácticas de investigación reales no se circunscriben a los límites (imaginados) de una disciplina e incluso hay quienes celebran (a mi modo de ver, de manera demasiado entusiasta) la interdisciplina y la transdisciplina.

Entonces surge la pregunta por el síntoma: ¿por qué –y cómo– la disciplina “trabaja” (digo: tiene efectos concretos) cuando uno/a se sienta a proyectar, a investigar y/o a escribir? La disciplina parecería emerger como una función del discurso (Foucault, 1997), equivalente al autor, la obra, el comentario, entre otras, que organizan el régimen de producción de los discursos. En este sentido, no creo que sea una casualidad que los/as autores/as del libro estén realizando sus posgrados, los cuales muchas veces funcionan como dispositivo que busca disciplinar las prácticas científicas: “¿qué debe aprender una persona no antropóloga (o no socióloga) en un doctorado en antropología (o en sociología)?”, constituye una preocupación recurrente en posgrados disciplinares. O, peor aún: “¿qué tiene que ver tu trabajo con la comunicación, el arte, la antropología y/o el trabajo social?”, pregunta factible en instancias de presentación de proyectos o avances de tesis, que muchas veces se traduce en una sección (al inicio o al cierre de la tesis) titulada “X y su relación con Y” (donde X representa el objeto de la tesis e Y la disciplina en la que se realiza el posgrado).

De este modo, estas lógicas operan (no siempre de la mejor manera) en nuestros trabajos. No estoy sosteniendo que no deban conocerse, aprehenderse y observarse las (siempre contingentes y situadas) reglas disciplinares. De hecho, el conocimiento, incorporación y observancia de las reglas disciplinares constituye la condición de posibilidad para re-discutirlas e, incluso, redefinirlas o desplazarlas. Digo, en cambio, que el encorsetamiento en una discusión eminentemente disciplinar –disciplinada y disciplinante– tiene escasos efectos positivos (y, ciertamente, muchos negativos) en el despliegue de una investigación, más aún en una instancia de formación de posgrado.

III

Sobre la investigación. La buena investigación social siempre fue experimentación, antes que la aplicación mecánica de ciertas reglas. No estoy queriendo decir con esto que no haya nada nuevo bajo el sol y que no sean saludables las indisciplinas; digo, en cambio, que el buen investigador o investigadora siempre manifestó un compromiso mayor para con su objeto que para con la disciplina, lo que supone comprometerse con la resolución de un problema o pregunta de investigación, generalmente formulado y abordado desde una disciplina. Quiero decir: es muy probable que se comience desde –y con las herramientas de- cierta disciplina en la que uno/a se ha formado, pero es luego el objeto (el compromiso con el objeto) el que exige, el que demanda y el que eventualmente encuentra los límites de nuestras herramientas disciplinares.

Cuando estudiamos realmente lo producido en un campo de saber (quiero decir: cuando dejamos de lado los manuales y las formas más o menos estereotipadas de delimitar una disciplina y su historia) nos encontramos con una heterogeneidad constitutiva de modos de hacer investigación (conceptos, fuentes, métodos, experimentos) que habita, enriquece y muchas veces modifica los límites de las disciplinas. Me parece, entonces, que hay que partir de las propias investigaciones, realizadas siempre desde algún lugar (generalmente más o menos disciplinar), para luego llegar a “la disciplina” y no cargar con el peso de la disciplina (y su crítica, deconstrucción, redefinición y/o disolución) antes de la investigación, menos aún en una investigación relacionada con la formación de posgrado. Pero hay que volver, claro, a la disciplina si efectivamente sus reglas resultan ineficaces, limitadas u obsoletas para pensar la vida social.

IV

Disciplinas e investigación se combinan de modo diverso en los capítulos que integran este libro. Algunos capítulos buscan explícitamente dislocar los límites disciplinares, como los trabajos de Florencia Basso y Nicolás Cuello sobre artes visuales y prácticas artísticas. Otros capítulos, como el de Canela Gravila sobre género y feminismo, o el de Emiliano Narvarte acerca de la historia intelectual, trabajan desde la idea de “campos de estudio” antes que desde la idea de “disciplinas”. Y hay otros que reflexionan sobre los usos diversos de la etnografía –ciertamente indisciplinada- en sus investigaciones: redefinir el objeto de estudio (en el caso de Sofía Bernat), analizar un conflicto (en la investigación de Diana González), reflexionar sobre distancias (y proximidades) biográficas, de clase y de género (en el trabajo de Juan Branz), entre otros.

Entre los distintos trabajos etnográficos, los capítulos de Mariana Sáez y Ornela Boix me parecen ejercicios ejemplares que abordan desde la disciplina (la antropología en el primer caso, la sociología en el segundo) sus respectivos problemas de investigación y, al hacerlo, pueden volver a repensar (y problematizar) la disciplina desde la cual necesariamente parten. La comparación entre experiencias corporales distintas no solo le permite a Mariana Sáez acercarse a lo desconocido (el circo) y extrañarse de lo conocido (la danza), aprehendiendo lo que de naturalizado tiene toda incorporación (incorporar es, en cierto sentido, olvidar el cuerpo), sino también reflexionar sobre la “antropología nativa” y la relatividad de la cercanía y la distancia, la familiaridad y el extrañamiento, presente en toda antropología de la “propia” sociedad. Por su parte, y de manera ciertamente convergente a pesar de que adscriban a disciplinas distintas, Ornela Boix reflexiona desde un vínculo de cierta “simetría” con sus interlocutores sobre sus cambiantes lugares en el campo de estudio de un sello musical (inicialmente “amiga”, posteriormente “socióloga”) a partir del progresivo establecimiento de intereses cognitivos compartidos con los músicos en el transcurrir del trabajo de campo. Es específicamente esta experiencia etnográfica la que la lleva a criticar categorías universales de reflexión metodológica (como etnógrafa y nativos; o socióloga e informantes) y proponer en cambio la noción de interlocución para referirse a las relaciones en el campo, cuya apuesta consiste en comprender “quién fui yo para ellos y quienes fueron ellos para mí” (p. 52).

Priorizar el compromiso con la investigación de un problema concreto abordado necesariamente desde una disciplina resulta, a mi criterio, el modo más potente (o, si se quiere, el desvío necesario) para encontrar su límite y abrir caminos más o menos (in)disciplinados. Así, como varios de los trabajos de este libro muestran, la indisciplina no constituye un punto de partida abstracto, volitivo y declarativo, sino el producto de un proceso de investigación concreto, condicionado y situado.


Bibliografía

Foucault, M. (1997). La arqueología del saber. México: Siglo XXI.

Geertz, C. (1996). Tras los hechos. Dos países, cuatro décadas y un antropólogo. Barcelona: Paidós.

Ortiz, R. (2004). Estudios culturales, fronteras y traspasos. En Taquigrafiando lo social. Buenos Aires: Siglo XXI.

 

 

 

 

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