RELMECS, diciembre 2014, vol. 4, no. 2, ISSN 1853-7863
Universidad Nacional de La Plata - Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro Interdisciplinario de Metodología de las Ciencias Sociales.
Red Latinoamericana de Metodología de las Ciencias Sociales

 

RESEÑA / REVIEW

 

La etnografía en doble registro

Reseña de: Rockwell, E. (2009). La experiencia etnográfica: historia y cultura en los procesos educativos. Buenos Aires: Paidós.

 

Román Fornessi

Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación,
Universidad Nacional de La Plata
romanfornessi@gmail.com

 

Cita sugerida: Fornessi, R. (2014). La etnografía en doble registro [Reseña del libro: La experiencia etnográfica: historia y cultura en los procesos educativos de Rockwell, E.]. Revista Latinoamericana de Metodología de las Ciencias Sociales, 4 (2). Recuperado a partir de: http://www.relmecs.fahce.unlp.edu.ar/article/view/relmecsv04n02a05

 

En este trabajo Elsie Rockwell presenta una serie de reflexiones sobre la etnografía que responden a dos registros: uno desde el marco de la antropología como disciplina, entendiendo a la práctica etnográfica en sus orígenes, pertinencia, relaciones con otras disciplinas de las ciencias sociales y sus alcances en términos educativos; el otro a partir de su propia experiencia como etnógrafa en contextos escolares. Si bien en algunos capítulos predominan las reflexiones sobre una u otra de estas tesituras, se puede vislumbrar una interconexión entre ellas a lo largo de su relato: en algunas ocasiones parte de concepciones disciplinares y las remite a ejemplos de sus propios trabajos de campo, y otras veces a partir de sus experiencias como etnógrafa ofrece reflexiones del oficio disciplinar.

En el primer capítulo, “La relevancia de la etnografía”, la autora comienza aclarando algunas cuestiones relativas al lugar de la etnografía dentro del mundo científico social, su principal función, la posición del investigador etnógrafo, y la pertinencia que tiene como proceso de investigación.

A propósito de ello, señala que la etnografía no debe ser entendida como un método, sino más bien como un proceso cuya principal función será “documentar lo no documentado” y nos invita a entender al etnógrafo como un sujeto social, con determinada inscripción cultural, que en términos territoriales, puede ser compartida por aquellos sujetos con los cuales se entrará en interacción. Este caso se da, por ejemplo, cuando se hace etnografía en la escuela. El investigador asume un rol protagónico en la construcción de conocimiento, el cual consistirá en la revelación de relaciones entre distintos significados dentro de la comunidad.

En este capítulo, Rockwell advierte sobre las limitaciones y pertinencias de la etnografía en las escuelas: no es una alternativa pedagógica, pero sí puede pensarse como herramienta que abre paso a interpretaciones que podrían fundar un proceso transformativo en términos escolares.

A lo largo del segundo capítulo, “Reflexiones sobre el trabajo etnográfico”, la autora describe sus experiencias como etnógrafa, proporcionando por momentos ciertas ideas-posiciones que pueden resultar de mucha ayuda a cualquiera que quiera embarcarse en una investigación etnográfica.

Comienza esta segunda parte reflexionando sobre la ausencia de un marco epistemológico de referencia dentro del cual inscribir a la etnografía, y sostiene que ese marco aún está en proceso de construcción.

Adentrándose en el trabajo de campo propiamente dicho, el primer consejo que nos brinda es no negar la presencia del investigador dentro de la comunidad de estudio. No negársela a sí mismo, es decir, tener en cuenta que esa condición sine qua non de la etnografía que implica esa presencia en el lugar de estudio, proporcionará una visión parcial sobre la realidad local. No obstante, el investigador posee la facultad de disminuir esa parcialidad, tomando nota de todo.

Junto con estas cuestiones la autora ofrece dos invitaciones: la primera consiste en ejercitar la memoria, intentando documentar lo que originalmente sucedió y no que resulte un producto de mediaciones esquemáticas hechas por el etnógrafo. La segunda es dedicarle tiempo a escribir, entendiendo por ello no solo el registro de notas de campo respecto de los sujetos observados, sino también el registro de procesos emocionales que puede vivir el investigador, dando lugar así a una alternativa de canalización de la sensación de angustia que por momentos puede invadir al etnógrafo.

Finalizando este capítulo aporta algunas aclaraciones de aspecto metodológico concernientes a la etapa analítica de la investigación que pueden refrescar la memoria del investigador en lo referente a, por ejemplo, la distinción entre objeto de estudio y unidad de análisis, niveles de abstracción, categorías sociales y analíticas, y ciertos procedimientos pertinentes según el tipo de información que se haya recabado.

El capítulo tres, “Etnografía y teoría”, se inicia dedicando unos párrafos a la distinción histórica entre etnografía y teoría, para concluir argumentando que el etnógrafo investigador no aprehende la realidad social despojado de teoría, ni produce teoría alejado de la experiencia social, lo cual llevaría a éstas a interactuar en una relación más bien dialéctica. Para argumentar a favor de esta postura, la autora menciona tres elementos que pueden dar cuenta de esa relación dialéctica: en primer lugar la herencia no solo teórica sino también procedimental que la antropología legó a la etnografía (principalmente a la luz del funcionalismo). En segundo lugar hace foco en aportes que, como la etnosemántica, o la microetnografía entre otros, los investigadores etnógrafos adoptaron para el abordaje del ámbito escolar. La tercera idea se refiere a los vínculos entre etnografía y el desarrollo de nuevos enfoques conceptuales.

Concluye subrayando la importancia de entender a la descripción y la teoría como elementos flexibles de un mismo proceso que plantea el retorno a la práctica, y que es susceptible de ser alcanzado por medio de la etnografía, para la cual la elaboración teórica no solo es una condición a priori en la investigación.

En el cuarto capítulo, “Cómo observar la reproducción”, Rockwell comienza señalando como falencia que las teorías de la reproducción han generalizado conclusiones sin considerar la heterogeneidad que los procesos señalados como reproduccionistas albergaban, y que esto se debía a su desligamiento de la práctica empírica, lo cual se constituye como obstáculo epistemológico.

En este capítulo la autora ofrece algunas reflexiones orientadoras a la hora de abordar el trabajo de campo en miras a develar las operaciones funcionales a la reproducción. En este sentido, Rockwell intenta romper con la tradicional interpretación reproduccionista, advirtiendo sobre las alternativas que tienen lugar al interior de los ámbitos educativos donde las vinculaciones que se establecen intersubjetivamente, y entre los sujetos y el entorno, incluso van más allá de la dicotomía resistencia/reproducción. De esta manera, propone entender al ámbito educativo como un espacio donde interactúan diferentes procesos con diferentes impactos en las relaciones sociales.

El capítulo cinco, “El diálogo entre antropología e historia”, muestra un recorrido sobre instancias en las cuales se ha querido trabajar articuladamente entre esas dos disciplinas, buscando en la otra lo que cada una no tenía: intentando la antropología superar su ahistoricidad, y la historia su aculturalidad. Lo paradójico en este proceso es ver cómo los antropólogos intentaron reelaborar su concepto de cultura desde un costado más dinámico, mientras que los historiadores buscaron estructuras continuas y resistentes.

La autora, enfocada en la práctica antropológica, propone integrar la dimensión temporal a las prácticas etnográficas, y nos invita a adentrarnos en su experiencia personal de haber trabajado con documentos de archivo, advirtiendo que su historización permite entender las prácticas de apropiación y producción en el contexto local.

En el sexto capítulo, “La etnografía en el archivo”, la autora parte de una suerte de dilema para los etnógrafos que trabajan con documentos de archivo: cómo registrar lo que no se vivió de primera mano, es decir, cómo describir lo que los documentos dicen acerca de las prácticas de una comunidad, lo cual deja abierta una brecha a la imaginación del investigador. En este apartado la autora propone acercarnos a los ámbitos escolares, entendiendo que lo documentado en esos archivos se establece como norma, pero que en la labor antropológica lo importante sería ir en busca de la compleja heterogeneidad que hay detrás, y para ello aporta ciertas formas de hallar indicios en los archivos para “imaginar lo no-documentado”.

En el último capítulo, “Narrar la experiencia”, Rockwell realiza una suerte de sumario de lo dicho hasta allí, y nos acerca a su experiencia como etnógrafa, presentando algunos cuestionamientos/dilemas que un investigador puede padecer in situ, partiendo de la pregunta acerca de qué es lo que hace allí. Este interrogante puede proceder tanto de los sujetos de la comunidad como del propio etnógrafo a sí mismo. A través de sus reflexiones, el lector podrá acceder a ciertas situaciones que resulten orientativas a la hora de abordar el trabajo de campo en relación con los vínculos que se establecen con los referentes de la localidad estudiada. A la vez, nos advierte que se ha hecho etnografía si el investigador logró a lo largo del proceso cambiar la mirada desde la cual abordaba la realidad.

Quien se acerque a la lectura de este trabajo podrá encontrar ciertos indicios orientadores para adentrarse en un trabajo de campo que facilitarán el contacto con la comunidad y sus referentes, pero que también surtirán una suerte de efecto tranquilizador ante las vicisitudes que introspectivamente el investigador pueda atravesar.

 

 

Recibido: 19 de agosto de 2014
Aceptado: 26 de agosto de 2014
Publicado: 17 de diciembre de 2014

 

 

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