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Enloqueciendo la academia: Estudios Locos, metodologías críticas e investigación militante en salud mental
Resumen: El presente artículo desarrolla un abordaje conceptual e histórico de los Estudios Locos, tradición investigativa que reconoce la locura como una experiencia válida y significativa para generar saberes críticos frente al discurso psiquiátrico. En este marco, se describen experiencias de producción de conocimiento “loco” que cuestionan la pretensión de objetividad y neutralidad del modelo biomédico en salud mental. A su vez, se analizan las contribuciones de las metodologías críticas y el enfoque de investigación militante en los debates recientes en torno a la articulación de teoría y praxis comprometida. Finalmente, se examina el lugar de los Estudios Locos en el ámbito académico, los alcances de esta iniciativa en la formación universitaria y los desafíos para enlazar investigación y militancia en el escenario contemporáneo.
Palabras clave: Estudios Locos, Investigación militante, Metodologías críticas, Salud mental, Antipsiquiatría.
Maddening the Academy: Mad Studies, Critical Methodologies and Militant Research in Mental Health
Abstract: This article develops a conceptual and historical approach to Mad Studies, an investigative tradition that recognizes Madness as a valid and significant experience to generate critical knowledge against psychiatric discourse. In this framework, experiences of “mad” knowledge production are described that question the claim of objectivity and neutrality of the biomedical model in Mental Health. In turn, the contributions of critical methodologies and the militant research approach are analyzed in recent debates around the articulation of theory and committed praxis. Finally, the place of MadStudies in the academic field is examined, the scope of this initiative in university education and the challenges to link research and activism in the contemporary scenario.
Keywords: Mad Studies, Militant Research, Critical Methodologies, Mental Health, Antipsychiatry.
1. Introducción
En el campo de la salud mental, el modelo biomédico basado en el diagnóstico psiquiátrico y el tratamiento farmacológico constituye un objeto de debate. La influencia de este enfoque en las políticas públicas, programas de atención, procesos de investigación y producción de conocimiento está siendo cuestionada a nivel global (Pūras, 2017; 2019). En el ámbito académico, visiones críticas hacia la hegemonía del enfoque biomédico han denunciado los conflictos de interés en ciertas áreas de investigación en las que predomina el financiamiento de la industria farmacéutica (Gøtzsche, 2015; LeFrançois, Beresford y Russo, 2016; LeFrançois, Menzies y Reaume, 2013; Moncrieff, 2007; Whitaker y Cosgrove, 2015). Frente a ello, aproximaciones psicosociales y comunitarias han abierto un marco de entendimiento alternativo de la diversidad de la experiencia humana en las disciplinas que configuran la salud mental como ámbito de intervención (Read y Dillon, 2017; Lehmann, 2013).
En esa tradición, un número creciente de investigadoras(es) han comenzado a sostener que la locura no se puede reducir a su lugar en el sistema de salud mental, sino que representa una condición de vida con identidad y cultura, una forma de ser que merece ser reconocida y valorada en nuestra sociedad (Lewis, 2006; Morrison, 2013). En este contexto, los denominados “Estudios Locos” [Mad Studies] constituyen un proyecto de investigación, producción de conocimiento y acción política que valida y celebra las vivencias en torno a la locura, presentando un cuestionamiento radical hacia el discurso psiquiátrico en los entornos académicos (LeFrançois, Menzies y Reaume, 2013; Russo y Sweeney, 2016). El término “Estudios Locos” fue acuñado por el activista canadiense Richard Ingram en el año 2008, en el marco de una conferencia regional sobre Estudios de la Discapacidad [Disability studies]. Desde esa fecha, los Estudios Locos han tenido un avance significativo en el contexto anglosajón y su esfera de influencia se ha extendido más allá de sus fronteras lingüísticas.
En la actualidad, los Estudios Locos constituyen un proyecto colectivo en constante cambio, que nace y se desarrolla a partir de las discusiones, teorizaciones, investigaciones e intervenciones sociales que han tenido y están teniendo lugar dentro de las comunidades locas (LeFrançois, Beresford y Russo, 2016; Russo y Sweeney, 2016). Estas comunidades se conforman por personas que han recibido etiquetas diagnósticas por el sistema psiquiátrico y buscan subvertir las connotaciones negativas asociadas al término “loco(a)”, apropiándose de esta identidad como una categoría política y de resistencia para orientar la producción de conocimientos ( LeFrançois, Menzies y Reaume, 2013; Gorman y LeFrançois, 2017; Spandler y Poursanidou, 2019). A su vez, los Estudios Locos tienen por finalidad rescatar y elaborar las experiencias de las personas en torno a la locura, creando nuevos saberes por medio de su lucha política y aspiraciones de transformación social.
Respecto a la inserción de los Estudios Locos en la academia, Richard Ingram (2016) señala que responde a un doble desafío: por un lado, defender que hay un “método” en la locura; y, por otro lado, preservar la locura en el “método”. Lo anterior refiere a la necesidad de retener componentes de la locura en la investigación, lo que significa que, si bien es importante que los Estudios Locos realicen un trabajo similar a otros cuerpos de conocimiento establecidos y legitimados, como tradición investigativa que nace fuera de la academia tiene que generar un efecto subversivo sobre ésta (Ingram, 2016). Así, para Ingram (2016) los Estudios Locos tienen la finalidad de perturbar, sacudir e inquietar todas las formas de conocimiento académico.
Por ello, la irrupción de los Estudios Locos no sólo ha abierto un espacio de expresión de las voces locas en la producción y transmisión de conocimientos, sino también una apertura para que estas voces se articulen en sus propios términos, sentando las bases para “enloquecer la academia”. Esta apertura refiere a la importancia de que las disciplinas vinculadas al campo de la salud mental construyan una nueva mirada en torno a la locura y esta nueva perspectiva no sólo se restrinja a los espacios de formación y enseñanza, sino que inunde el conjunto de la sociedad (LeFrançois, Beresford y Russo, 2016).
De acuerdo con estas premisas, el presente artículo realiza un recorrido histórico y conceptual de los Estudios Locos para comprender su desarrollo en el ámbito académico y su relevancia en el campo de la investigación social. Luego, analiza las contribuciones de las metodologías críticas y el enfoque de investigación militante en el campo de los Estudios Locos, examinando los debates recientes en torno a la articulación de teoría y praxis en la producción de conocimientos. Finalmente, aborda las trayectorias, implicancias y desafíos de los Estudios Locos en el escenario contemporáneo.
2. Estudios Locos: contra el “cuerdismo” dentro de la academia y fuera de ella
Los Estudios Locos como campo de investigación vinculado al activismo representa una propuesta filosófica y teórica que nace desde los movimientos de antipsiquiatría y de usuarios/sobrevivientes de la psiquiatría (Beresford, 2020). Sin embargo, en los entornos universitarios se desarrolla en sintonía política y metodológica con diversas corrientes innovadoras del pensamiento contemporáneo: los estudios de discapacidad, los estudios feministas, los estudios queer, los estudios negros y poscoloniales, que integran una tradición de militancia y teoría crítica en los espacios académicos (Castrodale, 2017; Gorman y LeFrançois, 2017; LeFrançois, Menzies y Reaume, 2013; Thorneycroft, 2020). Al igual que las corrientes señaladas, los Estudios Locos se caracterizan por reunir diversas disciplinas académicas, desde el arte y la literatura hasta la antropología y la sociología, por mencionar algunas (Faulkner, 2017; McWade, 2020; Netchitailova, 2019).
En su origen, los Estudios Locos retoman y actualizan los planteamientos del movimiento “Orgullo loco”, que otorga un sentido positivo a la palabra “loco/a”, resignificando este término como base de una identidad colectiva (Farber, 2012; Lewis, 2006). Para este movimiento, la locura es una construcción social, no un hecho natural, lo que implica un distanciamiento de la “enfermedad mental” como categoría descriptiva o esencialista en los procesos de investigación social. De acuerdo con esta tradición, los Estudios Locos sostienen que la locura constituye una categoría histórica y una experiencia vinculada a la acción política, incorporando diversas perspectivas críticas que van desde la abolición del sistema psiquiátrico hasta iniciativas que promueven la reforma de las disciplinas que lo integran (Burstow, LeFrançois y Diamond, 2014; LeFrançois, Menzies y Reaume, 2013).
Para los Estudios Locos, el sistema psiquiátrico, es decir, el conjunto de discursos y prácticas que sustentan los diagnósticos y tratamientos de salud mental, constituye una fuente directa de opresión y por lo tanto reproduce el “cuerdismo” (Cresswell y Spandler, 2016). Bajo esta clave de lectura, el “cuerdismo” es una forma de opresión específica hacia las personas locas y se asocia a la subyugación sistemática del colectivo de personas que han recibido diagnósticos o tratamientos de salud mental a condiciones de estigma, discriminación, segregación, exclusión y otras formas de violencia (Gorman y LeFrançois, 2017; LeFrançois, Menzies y Reaume, 2013; Poole et al., 2012). En este sentido, los Estudios Locos adoptan una perspectiva complementaria entre la afirmación de la locura como una identidad política y los imperativos de una lucha colectiva contra el “cuerdismo” y la opresión psiquiátrica (Cresswell y Spandler, 2016; LeFrançois, Menzies y Reaume, 2013).
Sin embargo, los Estudios Locos no sólo se circunscriben al campo de la locura, sino que expresan un compromiso con la interseccionalidad (género, clase, etnia, etc.) y su conexión con diversas fuentes del pensamiento político radical (feminismo, anticapitalismo, antirracismo, anticolonialismo, etc.). De esta manera, los Estudios Locos desarrollan un análisis crítico estructural de las disciplinas que conforman el campo de la salud mental, examinan sus vinculaciones con las diversas formas de opresión y, finalmente, mantienen su propia especificidad, considerando la defensa de la locura frente al “cuerdismo” como expresión de una lucha social hacia un horizonte de emancipación colectiva (Cresswell y Spandler, 2016; LeFrançois, Menzies y Reaume, 2013).
Un antecedente de los Estudios Locos como ámbito de investigación emergente refiere al conjunto de iniciativas conocidas como “investigación dirigida por sobrevivientes” [Survivor Research] que ha permitido desafiar el conocimiento dominante en salud mental al considerar los saberes y narrativas de las personas con experiencia vivida en el ámbito de la asistencia psiquiátrica (Faulkner, 2017; Schneider, 2010; Sweeney, Beresford, Nettle, Faulkner y Rose, 2009). La “investigación dirigida por sobrevivientes” establece que la experiencia en primera persona constituye una fuente de conocimiento legítima, apuntando a restaurar la credibilidad de aquellas personas que han visto anuladas sus experiencias a través del etiquetamiento psiquiátrico (Russo, 2012; Kalathil y Jones, 2016).
A diferencia de lo que se conoce como participación de los(as) usuarios(as) en los procesos de investigación en salud mental, que se considera un componente opcional y complementario del estudio, destinado a extender las perspectivas dominantes (clínicas y académicas) a la experiencia directa, la “investigación dirigida por sobrevivientes” refiere a proyectos de investigación en los que todas las etapas del estudio (desde su diseño hasta la producción de informes finales, incluida la gestión de fondos) están en manos de investigadoras(es) que tienen o han tenido experiencia directa con la psiquiatría (Russo, 2012). Al desafiar las relaciones de poder establecidas en los procesos de investigación, y al emplear enfoques alternativos, los estudios “dirigidos por sobrevivientes” han demostrado ser capaces de revelar perspectivas que históricamente han sido negadas y excluidas de la práctica de investigación en salud mental (Russo, 2012). Al respecto, la investigación “dirigida por sobrevivientes” resguarda un margen de libertad y autonomía para cuestionar las perspectivas dominantes en salud mental, en virtud de su independencia de la financiación farmacéutica (Russo, 2012).
De esta manera, es posible establecer una relación de continuidad entre la investigación “dirigida por sobrevivientes” y los Estudios Locos en la medida que ambas perspectivas utilizan el conocimiento experiencial para crear nuevas formas de conocimiento en el campo de la salud mental. En términos de su tradición académica, para Angela Sweeney (2016) los Estudios Locos en el Reino Unido han estado más vinculados al desarrollo de estudios “dirigidos por sobrevivientes” y a instancias de colaboración con la psiquiatría biomédica. Frente a ello, los Estudios Locos en Canadá han expresado un enfoque más crítico hacia la psiquiatría y una perspectiva interseccional e interdisciplinaria desde sus inicios. De acuerdo con estas diferencias, Sweeney (2016) propone distinguir la investigación “dirigida por sobrevivientes”, en la que se adoptan diversas perspectivas y modelos, y un enfoque de Estudios Locos propiamente tal, que implica un marco más unificado y contenedor en el desarrollo de contra-discursos radicales.
Al respecto, Sweeney (2016) sostiene la importancia del vínculo entre la investigación “dirigida por sobrevivientes” y los Estudios Locos, con el objetivo de fortalecer un enfoque teóricamente crítico hacia el discurso psiquiátrico y desarrollar estrategias que permitan ir más allá del “involucramiento” de los(as) usuarios(as) de servicios de salud mental en los procesos de investigación. Sobre este punto, Beresford y Russo (2016) han analizado el ingreso de los Estudios Locos a los recintos universitarios y la posibilidad de que puedan sucumbir a la “competitividad individual” y al “ejercicio intelectual abstracto” propio de la academia, con lo que se anularían la importancia de la solidaridad política y el compromiso militante de los(as) intelectuales con el movimiento loco. Por lo tanto, se ha planteado que uno de los desafíos de los Estudios Locos al ser incluidos en el ámbito académico es permanecer arraigado a los movimientos sociales que les dieron origen, en conexión con las formas colectivas de pensamiento crítico e investigación militante que los caracterizan (Cresswell y Spandler, 2012; LeFrançois, Menzies y Reaume, 2013; Rose, 2019).
Es importante considerar que, si bien los Estudios Locos rescatan algunos enfoques críticos desarrollados en la academia, como perspectiva nacen y se desarrollan más allá de ésta, sobre la base del impulso de un movimiento que ha permitido ubicar la experiencia y el conocimiento de las personas locas en el centro de las luchas colectivas y también en la dirección de los procesos investigativos (Spandler y Poursanidou, 2019). En ese sentido, los Estudios Locos privilegian la experiencia de aquellas personas que se identifican como locas y de aquellas que han sido definidas como locas por la estructura social, como una contribución crucial en el debate académico (Spandler y Poursanidou, 2019). Por ello, uno de los aspectos más relevantes de los Estudios Locos es la aparición de investigadoras(es) que se identifican como personas locas, y desarrollan estudios con base en su propio conocimiento experiencial, tanto dentro de la academia como fuera de ella (McWade, 2020; Reville, 2013).
Si bien en el campo de los Estudios Locos encontramos a personas que han transitado la locura y que utilizan su experiencia como una fuente de conocimiento válida, en muchas ocasiones esta experiencia ha tenido que ser negada (en virtud de aparentar “normalidad”) o bien ha estado ausente de la labor investigativa (exclusión con base en el “cuerdismo”) (LeFrançois, Beresford y Russo, 2016; Russo y Beresford, 2015). A su vez, también encontramos investigadoras(es) que no se identifican como personas locas, pero se posicionan como “aliadas(os)” de la locura, contribuyendo con sus procesos investigativos al estudio y reconocimiento de los saberes generados por el movimiento loco. Así, encontramos académicos y activistas “cuerdos(as)” que no sólo han desempeñado un papel “apoyando” los Estudios Locos (proporcionando financiación, espacios de encuentro, apoyo administrativo, etc.) sino también “haciendo” Estudios Locos (LeFrançois, Menzies y Reaume, 2013). En este sentido, la identidad loca y la defensa del derecho a la locura son los ejes centrales de los Estudios Locos tanto para los investigadoras(es) con experiencia vivida como para los(as) colaboradores que contribuyen al desarrollo de esta iniciativa.
Esta conjugación de elementos despliega lo que se denomina una “perspectiva de Estudios Locos” (Poole y Ward, 2013). Lo que distingue esta apuesta de otras formas de investigación en salud mental es que no se trata la locura como un “objeto de estudio” (es decir, el estudio de la locura o de las personas locas), sino como una fuente de conocimiento potencialmente relevante por derecho propio (Spandler y Poursanidou, 2019). Así, la locura constituye una herramienta de comprensión y análisis, y se ubica en el centro de la construcción del conocimiento crítico y radical en salud mental (Spandler y Poursanidou, 2019). De esta manera, si bien la invitación a “hacer” Estudios Locos está abierta a todo el mundo, este enfoque implica adoptar la perspectiva de las personas locas, cuestionar los supuestos dominantes sobre la locura y luchar contra el “cuerdismo” en sus diversas manifestaciones en nuestra sociedad.
Es relevante considerar que los Estudios Locos ofrecen una contribución nueva y única respecto de las diversas formas de producción de conocimiento en salud mental, una perspectiva que se sustenta en el activismo político de organizaciones y movimientos sociales en primera persona (Cresswell y Spandler, 2016). Por lo tanto, los Estudios Locos implican un compromiso militante para disputar los regímenes de verdad de las disciplinas de la salud mental y expresan un potencial para desarrollarse tanto dentro de las universidades como fuera de ellas (LeFrançois, Menzies y Reaume, 2013).
Si bien las contribuciones de los Estudios Locos en el ámbito investigativo han sido significativas, es necesario realizar un balance crítico de su desarrollo. En primer lugar, se ha planteado la inquietud de que el potencial crítico de los Estudios Locos se pueda diluir al ingresar de la mano de docentes e investigadoras(es) que deben adaptarse a los estrechos límites de la institucionalidad académica. Sobre este punto, Ingram (2016) sostiene que hay una tensión respecto de docentes e investigadoras(es) que se han retirado de los movimientos sociales para ingresar en los espacios universitarios. Esta separación abre la preocupación de si es posible llevar a cabo labores de docencia e investigación y seguir comprometido con las luchas de la comunidad loca (Ingram, 2016). En segundo lugar, se han analizado críticamente las posibilidades del uso y abuso de los conocimientos obtenidos de las experiencias y narrativas de las personas locas, en particular su eventual cooptación por los servicios de salud mental y el sistema psiquiátrico (Beresford y Russo, 2016; Costa et al., 2012). Por consiguiente, se ha observado el riesgo de que discursos y prácticas desarrolladas desde los Estudios Locos puedan ser neutralizadas e instrumentalizadas por la hegemonía psiquiátrica para sostener sus mecanismos de dominación e incluso adquirir mayor legitimidad, como ha ocurrido históricamente con otras iniciativas críticas que surgen del movimiento asociativo en primera persona (Cea-Madrid y Castillo-Parada, 2018).
En definitiva, los Estudios Locos afrontan el desafío de resistir a los mecanismos de captura y expropiación del sistema psiquiátrico y académico. Para ello, cabe rescatar los principios que dieron origen a esta tradición y fortalecer las herramientas que han contribuido a su desarrollo. En este sentido, para examinar el vínculo de la academia y los movimientos sociales en el campo de los Estudios Locos, a continuación se analiza el lugar de las metodologías críticas y el enfoque de la investigación militante en la salud mental contemporánea.
3. Metodologías críticas e investigación militante en salud mental
Los Estudios Locos plantean una reflexión crítica sobre lo metodológico y los instrumentos que utilizan las corrientes tradicionales en el campo de la salud mental. En particular, los Estudios Locos sostienen una crítica hacia la neutralidad de la objetividad científica, la observación y medición como principales métodos de investigación, la separación radical entre sujeto y objeto, la posición de exterioridad en la producción de conocimientos y la concepción de una realidad natural independiente del investigador(a). De esta manera, los Estudios Locos plantean un cuestionamiento hacia el enfoque positivista y naturalista que sustenta gran parte de la investigación en salud mental (LeFrançois, Menzies y Reaume, 2013; Russo, 2012). Frente a ello, los Estudios Locos enfatizan la determinación cultural e histórica del conocimiento y proponen subvertir la relación jerárquica y asimétrica que ha caracterizado a las investigaciones que se realizan “sobre” las comunidades locas. En la medida que los Estudios Locos implican acercarse, preguntar y conocer qué piensan y cómo viven la locura sus protagonistas, cabe considerar algunas herramientas metodológicas que han contribuido a potenciar la elaboración teórica y la práctica política en torno a esta experiencia.
En el campo de las ciencias sociales, las metodologías críticas han permitido cuestionar la neutralidad, objetividad y exterioridad del conocimiento científico, y a su vez, posibilitar la escucha, el diálogo y la participación en los procesos investigativos (Corona-Berkin y Kaltmeier, 2012). Al respecto, las metodologías críticas han implicado un distanciamiento de la ciencia positivista, una atención a las relaciones de poder que configuran los procesos investigativos y un compromiso con el objetivo de la transformación social (Montenegro, Pujol y Vargas-Monroy, 2015). Desde esta perspectiva, cabe considerar las orientaciones metodológicas que han enriquecido el desarrollo de los Estudios Locos en el ámbito académico.
En el marco de los estudios cualitativos, el socioconstruccionismo enfatiza la dimensión simbólica de lo social, la producción de sentido en los discursos y la construcción narrativa del mundo (Cabruja, Íñiguez y Vázquez 2000; Íñiguez, 2005). En la medida que esta perspectiva reconoce la parcialidad y la localización del conocimiento, se distancia de la supuesta objetividad y neutralidad de las posturas realistas y otorga una validez ética y política a los conocimientos situados (Balasch y Montenegro, 2003; Fractalitats en Investigació Crítica [FIC], 2005; Martínez-Guzmán, 2014). En este marco, se ha planteado que las narrativas tienen sentido en relación con el contexto sociocultural en el que se producen, permiten dar valor a los participantes de la investigación e identificar formas de agencia de los actores sociales, recoger distintas comprensiones sobre un fenómeno determinado y explorar alternativas que se derivan de una cierta forma de estar en el mundo, que pueden emerger en respuesta a otras voces y enunciaciones que se erigen como dominantes (Pujol, Montenegro, y Balasch, 2003; Balasch y Montenegro, 2003; Montenegro y Pujol, 2003; 2013). De acuerdo con esta tradición, para los Estudios Locos la experiencia vivida es la base para desafiar la exclusión de las voces locas de los procesos de producción de conocimiento y las narrativas en primera persona constituyen una fuente legítima de saberes situados (Castillo-Parada, 2018; Landry, 2017; McWade, 2020; Sweeney, 2013; Russo, 2016; Rose, 2017).
Por otra parte, en los estudios participativos la investigación acción ha enfatizado la importancia de desarrollar procesos colectivos, reflexivos, dialógicos y recursivos en la producción de conocimientos, destacando la configuración de intercambios horizontales y la emergencia de nuevas figuras a partir de negociaciones recíprocas (Villasante, 2006; 2017). Así, las metodologías participativas han adquirido relevancia para promover la capacidad de autogestión de los colectivos sociales implicados, situar el rol del investigador como agente facilitador y reconocer el rol activo de las comunidades (Caballero-Ferrándiz, Martín-Gutiérrez y Villasante, 2019; Cea-Madrid, 2019). Esta tradición ha permitido visualizar el campo de fuerzas que están presentes en los procesos investigativos, evidenciando los conflictos y tensiones entre los(as) investigadoras(es), como agentes externos, y las comunidades. Sin embargo, en el marco de los Estudios Locos se ha planteado que disminuir la jerarquía entre investigadoras(es) y participantes, al incluir a usuarios(as)/sobrevivientes de la psiquiatría como entrevistadores(as) y facilitar su participación en los proyectos de investigación, ha contribuido más bien a perpetuar la hegemonía del modelo biomédico al “involucrarlos” en estudios que no desafían el paradigma existente, y favorecer agendas y propósitos ajenos a las comunidades locas (Costa et al. 2012; Jones, Harrison, Aguiar y Munro, 2014; McWade, 2016; Russo, 2012).
En este sentido, si bien las metodologías críticas, en sus vertientes cualitativas y participativas, han contribuido a superar una concepción neutral y objetiva del conocimiento, cabe preguntarse sobre el lugar desde el que se produce este conocimiento, con quiénes se produce y las consecuencias que genera (FIC, 2005). Al respecto, se ha sostenido que el potencial transformador de las metodologías críticas se encuentra en el hacerse parte, envolverse, participar e insertarse propiamente en las luchas sociales, en la medida que la implicación en estas luchas posibilita el desarrollo de nuevas formas de conocimiento. En esta línea, la noción de involucramiento enfatiza una forma alternativa de situarse y concebir el papel del(la) investigador(a), destacando el conocimiento emergente como resultado de prácticas sociales contingentes y privilegiando la autonomía creativa como alternativa a los roles preestablecidos y al protocolo prescrito (Martínez-Guzmán, 2014).
En este marco, cabe reflexionar sobre el compromiso ético y político de los Estudios Locos en los procesos de construcción de conocimiento. Para Verónica Gago (2017), la investigación militante implica una articulación entre pensamiento y práctica con el fin de asumir un compromiso con los modos de existencia que denuncian y combaten las formas de explotación y dominio. Por ello, esta perspectiva de producción de saber se encuentra ligada de manera inmediata y fructífera con experiencias de malestar y rebeldía, con procesos de autoorganización y dinámicas de lucha (Malo, 2004). En este sentido, la investigación militante responde a una tradición de investigación comprometida y emancipatoria que implica trabajar en colaboración con las comunidades en lucha para lograr objetivos políticos compartidos (Botero, 2012; Vélez-Galeano, 2018). Por lo tanto, la investigación militante no constituye un método en sí mismo sino una perspectiva que responde al propósito, los criterios de indagación y las finalidades de la producción de conocimiento. Por ello, la investigación militante representa un enfoque que favorece la vinculación entre compromiso político y rigurosidad intelectual en el campo de los Estudios Locos.
En síntesis, los Estudios Locos se han visto enriquecidos por dispositivos metodológicos diversos y flexibles que han permitido colectivizar la producción de conocimientos sobre la base de dinámicas horizontales y producir nuevas narrativas que confronten al modelo biomédico. Sin embargo, también se ha sostenido que los Estudios Locos involucran un pensamiento situado e implicado; por lo tanto, los planteamientos de la investigación militante contribuyen a reflexionar sobre el compromiso ético y político del investigador(a) con aquello que se investiga y sobre el lugar de la locura como guía del proceso investigativo. Al respecto, Jones, Harrison, Aguiar y Munro (2014) afirman que los Estudios Locos deben considerar los principios de autonomía, independencia y autodeterminación del movimiento loco para que puedan explorarse alternativas al sistema de salud mental tradicional y sus formas de comprensión de la locura. Esta mirada crítica sugiere mantener los principios y raíces de los Estudios Locos en su vínculo con el activismo, con el fin de resistir a los mecanismos de cooptación y neutralización del sistema psiquiátrico y la institución académica, así como para asegurar que los procesos investigativos sean relevantes para las comunidades locas y sus formas de lucha contra la opresión psiquiátrica (Beresford y Russo, 2016; LeFrançois, Menzies y Reaume, 2013).
4. Reflexiones finales
En los últimos años, las estrategias de autoorganización y acción política de las personas locas han permitido elaborar marcos alternativos de comprensión de sus experiencias en las fronteras del sistema psiquiátrico. Los Estudios Locos constituyen la expresión en el campo académico de las formas de saber que han emergido de estas iniciativas (Beresford, 2020). Estas iniciativas de producción de conocimiento desafían al modelo biomédico y al reduccionismo naturalista en el campo de la investigación social y constituyen el origen de los Estudios Locos como proyecto crítico y radical (LeFrançois, Menzies y Reaume, 2013). Los Estudios Locos han contribuido a preservar, visibilizar e impulsar la lucha por la autonomía de las personas locas y a recuperar el control sobre sus vidas, permitiendo conceptualizar, comunicar y hacer circular sus saberes y experiencias entre investigadores críticos y colectividades organizadas, dentro de los recintos universitarios y los espacios académicos y fuera de ellos. En ese camino, las metodologías críticas como dispositivos de escucha y diálogo han colaborado para desarrollar teorías comprometidas con las luchas del movimiento loco y la investigación militante ha orientado la producción de conocimientos hacia un horizonte de emancipación colectiva.
En su desarrollo, los Estudios Locos han permitido incorporar en la formación universitaria los saberes de las personas locas y alentado a la comunidad estudiantil a incluir enfoques alternativos en su práctica profesional, así como a repensar y reposicionar su trabajo, dejando atrás los poderes coercitivos y las interpretaciones biomédicas en los entornos de salud mental (Castrodale, 2017; LeFrançois, Beresford y Russo, 2016). De esta manera, los Estudios Locos han abierto un escenario de disputa al interior de la academia. Por un lado, contribuyendo a que las disciplinas cuestionen y problematicen sus lealtades con el sistema psiquiátrico y, por otro lado, apostando a la configuración de una nueva política de alianzas entre estudiantes, profesionales e investigadoras(es) con las comunidades locas hacia la producción de conocimiento con sentido de transformación social (Church, 2013; LeFrançois, Menzies y Reaume, 2013). De acuerdo con ello, los Estudios Locos poseen un carácter abierto e inclusivo hacia las diferentes identificaciones y posiciones en relación con la locura, pero al mismo tiempo, apuestan por resistir al relativismo y la despolitización, lo que constituye un desafío constante al interior de este proyecto (LeFrançois, Menzies y Reaume, 2013; Spandler y Poursanidou, 2019).
Al respecto, cabe señalar que históricamente el sistema psiquiátrico se ha adaptado a los desafíos y cuestionamientos planteados por el movimiento loco. Hoy en día estas lógicas también han permeado los espacios académicos, tanto en las labores de docencia como en las de investigación. En ese marco, es posible situar los mecanismos de cooptación e interés por desactivar el potencial crítico de los Estudios Locos. Frente a ello, la capacidad para desarrollar un cuerpo metodológico que valorice la experiencia de las personas locas y sus luchas, así como el compromiso para impulsar marcos analíticos e interpretaciones creativas desde la locura, dependerá del nivel de independencia de los Estudios Locos del colonialismo sanitario y la institucionalización académica (Beresford y Russo, 2016; Russo y Beresford, 2015; Rose, 2019).
Desde los Estudios Locos la universidad no es sinónimo de producción de conocimiento. En el terreno del activismo, la teoría ha surgido de la lucha colectiva, no necesariamente de los recintos académicos. A su vez, no todas las personas que militan en el movimiento loco tienen aspiraciones académicas ni desean desarrollar investigaciones al interior de los espacios universitarios; no obstante, sí poseen teorías y saberes que sustentan sus luchas. De esta manera, los Estudios Locos se pueden desarrollar tanto dentro de la academia como fuera de ella.
Ante el riesgo de que la inserción de los Estudios Locos en el ámbito universitario implique perder el vínculo con el activismo, contribuyendo a desactivar el potencial emancipatorio de esta perspectiva, se ha sostenido que el compromiso militante sería la clave para mantener el vínculo de teoría y acción en el campo de los Estudios Locos. El compromiso militante en la investigación implica una toma de partido; en este caso, desde y con la praxis política del activismo loco en la medida que investigar es una forma de responder a necesidades y problemas concretos que poseen un carácter político. Por lo tanto, la capacidad de los Estudios Locos para mantener y reforzar sus lazos con el activismo será fundamental para desarrollar un trabajo investigativo que no se acomode a los parámetros de la academia (Beresford y Russo, 2016; Ingram, 2016; LeFrançois, Menzies y Reaume, 2013).
En definitiva, los Estudios Locos reúnen formas de producción y transmisión del saber con prácticas de transformación y resistencia en el campo de la salud mental y más allá de sus fronteras. Los Estudios Locos plantean un diálogo colaborativo entre conocimientos académicos y saberes locos; por lo tanto, se erigen como una postdisciplina que derriba las demarcaciones y las jerarquías establecidas de los contextos universitarios. El potencial crítico de los Estudios Locos refiere a su conexión entre investigación y militancia; por lo tanto, la creación de nuevos entramados de saberes, relaciones y luchas colectivas en torno a la locura constituye un proyecto abierto en el escenario contemporáneo.
Referencias
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Recepción: 04 Abril 2021
Aprobación: 08 Julio 2021
Publicación: 01 Diciembre 2021