RELMECS, diciembre 2022 - mayo 2023, vol. 12, nº2, e114. ISSN 1853-7863
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro Interdisciplinario de Metodología de las Ciencias Sociales
Red Latinoamericana de Metodología de las Ciencias Sociales

Artículos

Etnografías críticas de acción participativa. Propuesta por la confluencia de la etnografía y las metodologías de investigación acción participativa

Pablo Paño Yáñez

Universidad Estatal de Cuenca, Ecuador
Cita sugerida: Paño Yáñez, P. (2022). Etnografías críticas de acción participativa. Propuesta por la confluencia de la etnografía y las metodologías de investigación acción participativa. Revista Latinoamericana de Metodología de las Ciencias Sociales, 12(2), e114. https://doi.org/10.24215/18537863e114

Resumen: Ante los recientes aportes científicos marcados por la asunción de la complejidad como paradigma, la investigación social viene experimentando una ampliación metodológica para lograr aumentar su capacidad de comprensión de la realidad social. El presente documento profundiza en comprender la relación y confluencia que en las últimas décadas se ha dado entre dos métodos diferentes, como son etnografía e investigación acción participativa (IAP). De esa reflexión surge la propuesta de las etnografías críticas de acción social (ECAP), inscripta en la apuesta por el cruce metodológico necesario para la comprensión e intento de modificación de la realidad social, política y cultural.

Palabras clave: Etnografía, Investigación acción participativa.

Critical ethnographies of participatory action. A proposal for the confluence of ethnography and participatory action research methodologies

Abstract: Given the recent scientific contributions marked by the assumption of complexity as a paradigm, social research has been undergoing a methodological expansion in order to enhance its ability to understand social reality. This paper delves into understanding the relationship and confluence that in recent decades has occurred between two different methods such as ethnography and participatory action research (PAR). From this reflection arises the proposal of Critical Ethnographies of Social Action (ECAP), committed to the methodological crossroads which are necessary for the understanding and the attempt to modify the social, political and cultural reality.

Keywords: Ethnography, Participatory Action Research.

Etnografias críticas de ação participativa. Uma proposta pela confluência da etnografia e das metodologias de investigação ação participativa

Resumo: À luz das recentes contribuições científicas marcadas pela assunção da complexidade como paradigma, a investigação social tem experimentado uma expansão metodológica a fim de aumentar a sua capacidade de compreender a realidade social. Esse artigo aprofunda a compreensão da relação e confluência que nas últimas décadas tem ocorrido entre dois métodos diferentes, como são a etnografia e a investigação de ação participativa (IAP). A partir dessa reflexão surge a proposta de etnografias críticas da ação social (ECAP) inscrita no compromisso com o necessário cruzamento metodológico para a compreensão e tentativa de modificar a realidade social, política e cultural.

Palavras-chave: Etnografia, Investigação Participativa de Ação.

Introducción

En un tiempo actual de alta experimentación metodológica en ciencias sociales para abordar de forma más integral y ampliada realidades socioculturales, que a su vez han ido cobrando mayor complejidad en los escenarios contemporáneos, el presente documento aborda las confluencias y conexiones contemporáneas entre la Etnografía y la Investigación Acción Participativa - Metodologías Participativas de Investigación y Acción Social (IAP - MPS).1

Más allá de los debates teórico-metodológicos en la investigación social acerca del pluralismo metodológico como forma de afrontar el abordaje de la realidad sociocultural en tiempos en que la teoría de la complejidad ha abierto innumerables incógnitas y desafíos para su comprensión, conviene constatar que la presente reflexión acerca de la convergencia de la etnografía y la IAP - MPS surge de la práctica. La confluencia técnica y su combinación se manifiesta clara en la práctica y, sin embargo, queda pendiente el debate sobre la posibilidad de su confluencia epistemológica y su fiabilidad metodológica.

Surgidas en momentos y contextos históricos absolutamente diferentes (y en ciertos sentidos, hasta contrapuestos), etnografía e IAP, por una parte, proceden de campos distintos (antropología-etnología y sociología-pedagogía, respectivamente), se desarrollaron inicialmente en escenarios geográficos diferentes y cuentan con antecedentes temporales distantes (la etnografía, segunda mitad del siglo XIX; la IAP, segunda mitad del XX). Sin embargo, tanto el marco sociocultural contemporáneo de carácter fuertemente híbrido y globalizado, como, a su vez, sus propias derivas (auto)críticas y creativas, las han ido situando a través de experimentaciones y cruces concretos, en una posibilidad de claro diálogo e inter-potenciación. Actualmente, resulta evidente que etnografía e IAP-MPs se encuentran más cerca que nunca. De hecho, en la actualidad la frontera entre ambas es especialmente difusa, producto de sus trayectorias convergentes: la IAP ya se inicia y se fue desarrollando con las MPs, fuertes componentes etnográficos (trabajo de campo, observación participante, historias de vida), tal como los etnógrafos contemporáneos recurren a talleres participativos, viendo cada vez más el sentido de la investigación de acercar la etnografía a la acción.

En ese sentido, el presente artículo se interesa en comprender esas convergencias, especialmente desde las mutaciones epistemológicas que su reunión, articulación, combinación implican como mecanismo hacia mayores impactos de sus resultados en las realidades aplicadas y sus sujetos.

Como hipótesis, se plantea que ambos enfoques y métodos han asistido en sus trayectorias a un proceso experimental de convergencia en la medida que comparten visiones similares producto del trabajo directo con las mayorías, sectores populares y grupos que sufren exclusión en diverso grado, con base en una profunda contextualidad que cuestiona y supera visiones estructurantes desde los centros de poder, y por el contrario confirman la continuidad entre investigación, análisis y actuación social hacia la conformación de escenarios convivenciales para el bien común.

Para su verificación, se plantean preguntas: (i) ¿Epistemológicamente presentan puntos de encuentro que permitan su articulación? (ii) ¿Constituyen métodos y técnicas compatibles y comparables? (iii) ¿En qué forma y aspectos, etnografías e IAP-MPS convergen y se potencian hacia la consumación de procesos de investigación y acción social más democráticos, participativos, inclusivos, con posibilidad de impactar en el cambio de la realidad social analizada? Y finalmente, ante la propuesta de las etnografías críticas de acción participativa (ECAP) que se plantea como producto de esa fusión (iv), ¿pueden conformarse como una herramienta apropiada para la investigación acción social de ciertos escenarios actuales?

Cabe señalar que una de las pautas centrales para comprender su convergencia pasa por el hecho de que permitirían una articulación de las dimensiones tanto discursivas como movilizadoras de la realidad sociocultural. El denso trabajo etnográfico con múltiples fuentes, interacciones y con un importante componente convivencial de presencia en terreno que ofrece múltiple información cualitativa, en la medida en que se suma a lo participativo sería directamente orientado hacia la acción y búsqueda de cambios sociales protagonizados por sus sujetos en lo que son procesos de construcción colectiva de conocimiento acción. Articula lo discursivo orientado a lo movilizador, lo cualitativo sumado a lo participativo para procesos activos hacia el cambio, sumando por lo demás otros tipos de fuentes que aporten a la comprensión e intervención de esa realidad sociocultural concreta.

Cobra especial relevancia de esta conjunción la que denominamos como construcción de un nos-otros, producto del tratamiento que una y otra hacen de los otros y el nosotros. En su origen, la etnografía como método de la antropología-etnología fue creada y puesta en práctica para conocer a unos “otros” desconocidos y extraños, lo que en muchos casos derivó en escoger casos de desigualdad, subalternidad, marginalidad, no reconocimiento, entre otros muchos, y que, con el devenir se fueron identificando también al interior de nuestras propias sociedades. Por su parte, la IAP señala la construcción de conocimiento colectivo para la acción y el cambio social en esa dimensión movilizadora que se constituye desde su origen como su razón de ser. En ese sentido, fue creada para dar herramientas y conocimiento sistematizado (autoconocimiento) a los propios grupos y sujetos afectados, cuya distancia de los análisis desde las instituciones de poder históricamente les restaba potencial de conocimiento para intervenir en sus realidades. Las habilidades y sensibilidades adquiridas en etnografías recientes para abordar las asimetrías de los otros analizados resultan de primera relevancia a la hora de aportar a construir la idea de nos-otros plural, diverso y complejo que plantean los procesos de IAP-MPs. Un nos-otros complejizado que en la híbrida sociedad actual pasa por atender a diversidades, pluralidades y negociaciones que permitan construir actuaciones inclusivas para todos los miembros que lo componen.

1. El método etnográfico y sus debates contemporáneos

Desde un punto de análisis metodológico-técnico, la etnografía aparecerá estrictamente vinculada a dos elementos fundamentales: el trabajo de campo y la observación participante. Ello sitúa los dos ámbitos centrales de la observación y la conversación como sus prácticas clave. Planteados desde una profunda correlación e interconexión entre ambos, se configuran como las lógicas para dar cuenta de esas descripciones / interpretaciones densas que la caracterizan.

Resulta muy ilustrativo el origen y planteamiento inicial del trabajo de campo para comprender su alcance. En abierto debate y contraste con el evolucionismo comparativista eurocéntrico predominante, a finales del XIX antropólogos como F. Boas propusieron y pusieron en práctica una investigación basada en la rigurosidad de los datos empíricos con consideración de la particularidad de los rasgos de cada cultura, que demandaba la presencia del investigador en el campo y la necesidad de no sacar rasgos fuera de contexto (Ameigeiras, 2006, p. 111). En ese planteamiento inicial ya estaban, para la etnografía, las semillas de lo empírico, lo particular, lo contextual, lo dialógico y cualitativo, lo no comparativo, sólo asumibles desde la presencia continuada en el terreno en interacción con los “otros” investigados. Así, el campo fue concebido y se desarrolló como el espacio donde se construye el conocimiento etnográfico como localmente situado y resultado de una interacción entre individuos y culturas.

Por tanto, su vinculación con lo cualitativo, discursivo, dialógico aparece servida desde su inicio y de hecho servirá de constatación directa para los debates metodológicos de la ciencia social de que esta requería métodos específicos y propios donde esa dimensión discursiva era absolutamente central por mucho que otro tipo de disciplinas no lo requirieran. El objetivo antropológico y etnográfico del reconocimiento del “otro” en su diferencia ponía de relevancia el diálogo como la forma que lo hacía posible (Ameigeiras, 2006), lo que la etnografía recogerá además desde la diferenciación emic/etic entre la visión interna de los investigados y la del investigador/a. El posterior desarrollo de lo cualitativo, vinculándolo además a su sentido práctico (Bourdieu, Chamboredon y Passeron, 1993), lo hará trascender del decir al hacer para precisar lo discursivo también como acciones o prácticas sociales que construyen realidad. De forma privilegiada, la etnografía podía atender a esos haceres de lo discursivo en las relaciones sociales y aportar a cómo ello ayudaba a la construcción de sentido en la vida y acción social.

No obstante, la señalada evolución de la etnografía, asociada a los profundos cambios macrosociales durante el siglo XX y XXI, traerán debates acerca del trabajo de campo.

Podemos sintetizarlos como una tensión entre la reducción del trabajo de campo y su necesidad de expansión: si bien las condiciones habían variado y la reducción de las distancias no exigía esas largas estancias, la pérdida de esa densidad (producto de estancias mucho más breves y por ende necesariamente más descontextualizadas) amenazaba la riqueza de sus resultados. Es el momento en que aflora la señalada etnografía multi-situada, en un contexto en que “las culturas y las poblaciones establecidas se han fragmentado y vuelto móviles y transnacionales, así como también más cosmopolitas a nivel local (o al menos más invadidas o intervenidas), el trabajo de campo ha tenido simplemente que seguir literalmente, cuando pudo, estos procesos en el espacio” (Holmes y Marcus, 2017, p. 374). La multi-situación en su sentido pragmático, incorporada en los estudios etnográficos de lo contemporáneo, asumió la necesidad de abordar la relación de las instituciones con los sujetos, de los sistemas con la vida diaria y de la dominación con la resistencia (Holmes y Marcus, 2017). Ello ha multiplicado los espacios de trabajo, lo que modificó las prácticas anteriores del trabajo de campo con una única ubicación. El reto resultante pasa por cómo evitar que ese trabajo de campo pierda su densidad y contextualidad, pero a la vez sumándolo a varios escenarios que resultan explicativos de la problemática, la mayoría de las veces en distintas escalas.

Metodológicamente, el tratamiento de la participación está presente en la etnografía a través de la observación participante. Corresponde a la acepción de la participación como intención asociada a la situación de estar presente en el campo. Esa observación históricamente utilizada por el etnógrafo, y con diferentes tipos o grados de participación/implicación (pasiva, moderada, activa, completa), ha tenido relevancia fundamental, confirmando ese carácter profundamente intersubjetivo de la etnografía. Corresponde a técnicas de observación fundamentales para la etnografía caracterizadas por no ser intrusivas y estar basadas en la participación. Sin embargo, como señalan Velasco y Díaz de Rada, esa idea blanda de participación vinculada a la observación no excluye radicalmente la posibilidad de que el etnógrafo contribuya significativamente a la transformación del contexto que investiga (2015, p. 103). Por ello, en algunas experimentaciones (como en esta propuesta de las ECAP) la etnografía y lo participativo han sido articulados para potenciar las cualidades de ambas propuestas. Esa conjunción entre una observación más o menos participante que procesa las actuaciones en el espacio, y la múltiple información discursiva generada por los sujetos en el campo, permite mediante la etnografía, como ningún otro método, condensar los decires y haceres que resulten explicativos de un espacio social. Superadoras de lo simplemente discursivo cualitativo, , las etnografías reunirán en su bagaje denso múltiples ámbitos de la expresión cualificada de la realidad social para hacer de lo etnográfico un ámbito más allá de aquel. Como sintetiza Gobo (2011, citado por García Espín, 2017), los datos etnográficos ilustran una diversidad muy amplia de situaciones y contenidos de la realidad social:

  1. - Las interacciones sociales cotidianas y sus impactos en las estructuras macro-sociales.

  2. - Los escenarios de la vida cotidiana y el desarrollo cotidiano de los procesos.

  3. - Las redes de significados y los discursos que asumen los actores implicados.

  4. - Las prácticas y los comportamientos.

  5. - Las visiones y experiencias desde dentro de los procesos.

  6. - Los procesos de acción colectiva y de construcción identitaria (Gobo, 2011 citado por García Espín, 2017)

La recogida múltiple de percepciones y de interacciones entre los sujetos, y de éstos con su entorno de una forma extendida en el tiempo y abordada con diferentes técnicas que permitan aprehender diversos planos de una realidad social en movimiento, será posibilitada especialmente por etnografías contemporáneas experimentales que, por lo demás, ya no necesariamente se detienen de forma exclusiva en lo investigativo.

❖ Las etnografías contemporáneas y su relación con la crítica, la política, la acción y la colaboración social

En ese contexto de proliferación y diversificación de la práctica etnográfica en las últimas décadas, se observa cómo su vinculación con lo político ha sido un tema latente y constante de debate interno. De él deriva una serie de expresiones de la etnografía en directa vinculación con su sentido político, a través de su conexión con lo subalterno, la participación, la acción, el activismo, la colaboración, el compromiso, la relación investigador-investigado, la investigación militante (Farias, 2016), entre otras, como temas debatidos tanto al interior de la academia y la ciencia social, como hacia afuera en su vinculación con las comunidades, los movimientos sociales y el mundo donde opera.

En los sesenta encontramos explícitamente la propuesta de la etnografía crítica, que surgía especialmente desde el debate con las premisas positivistas dominantes al interior de la ciencia social presuntamente objetiva, que señalaba que produciría etnografías libres de valores (Foley y Valenzuela, 2012). Los etnógrafos críticos cuestionaron también la presunta neutralidad para acercarse a sociedades marcadas por los conflictos de clase, raza-etnia y género, entre otros, ante los que ningún productor de conocimiento era ni inocente ni políticamente neutral (2012, p. 81). Producto de estos debates, se propusieron nuevos procedimientos metodológicos de colaboración, como descentramiento del autor, construcción de textos polifónicos, prácticas de deconstrucción del conocimiento, entrevistas dialógicas o revisión de los textos por parte de la comunidad. Las etnografías críticas evolucionaron hasta la actualidad manteniendo la vigencia de esos debates epistemológicos y metodológicos sobre las implicaciones políticas de la práctica etnográfica, y experimentaron diversas incursiones con importante innovación. Entre otras, la etnografía crítica como representación callejera trabajada por Madison (2013) o las etnografías performativa que, basadas en que toda la vida social pasa por la actuación (Tedlock, 2013), son utilizadas para prácticas como visibilizar la emergencia en el campo cultural mediante la participación de sus actores diversos (audiencias, autores, productores) (Keith, 2013). En este mismo campo y lógica se inscribe también la denominada etnografía pública, planteada como un tipo de investigación que directamente se involucra en las cuestiones sociales críticas de nuestro tiempo de abundante sufrimiento e injusticia social, para presentárselas al público en general (Tedlock, 2013).

Y es que, tal cual nos recuerda Olmos (2015), uno de los campos de mayor desacuerdo al interior de la etnografía contemporánea es el de su implicación política. Así, encontramos en su interior desde posturas que abogan más por su neutralidad investigativa hasta aquellas que reivindican su posicionamiento mediante diversos grados y tipos de compromiso ante las problemáticas y sujetos que investiga. Esta autora refleja esa disyuntiva, ampliamente tratada en el seno del abordaje metodológico en ciencias sociales; tras su reflexión sobre el tratamiento de la alteridad hacia estudiantes inmigrantes en contextos educativos, deja planteada la duda de “hasta qué punto los investigadores/as en el quehacer científico, pueden estar obviando o relegando a un segundo plano la implicación práctica para resolver –y explicar– los problemas sociales sobre los que trabajan” (Olmos, 2015, p. 124). Etnógrafos vigentes, como Auyero, destacan de sus etnografías políticas o sobre situaciones de marginalidad, sufrimiento y/o violencia social, su capacidad de denunciar (2007), reivindicar (2015), de reconocimiento para sus sujetos (2016) o de tener que tomar partido (Auyero y Berti, 2013) como aportes desde lo político que la etnografía implicaría en la actualidad. Asimismo, autoras como Katzer (2019) señalan un pensamiento y un trabajo etnográfico que enfatice su dimensión subjetiva, comunitaria y política (también en lo decolonial) y que, por ello, se orientaría hacia una política de la vida. La etnografía como método principal de antropología, y como disciplina comprometida con el mundo en que vive, tendría la responsabilidad de no contribuir a legitimar las desigualdades, aunque no tenga poder para cambiar las cosas (2019, p. 13).

Ese ámbito del posicionamiento político de la etnografía contemporánea entronca con un campo específico, también ampliamente desarrollado en su seno y de forma diversa, que es el de la participación. Ya en su faceta metodológica se hace evidente su presencia y mención a través de la observación participante, pero más allá de ello, se planteaba el papel de la relación con los investigados y esa potencialidad de democratización que podría traer consigo. Más allá de los temas y posicionamientos críticos adquiridos por ese entonces desde el interior de las disciplinas y la práctica etnográfica, se debatía sobre sus límites e implicaciones a nivel metodológico. Una cierta sistematización de prácticas etnográficas señala desde cuándo y con qué connotaciones fueron surgiendo desde la antropología visiones críticas, en particular, aquellas vinculadas a lo participativo. Por ejemplo, se habló de Antropología Acción desde finales de los años cuarenta en una reserva indígena de EE. UU., que autoras como Casas señalan como una proto-IAP (2014, p. 167). Ya en ellas se mencionan explícitamente las etnografías participativas, en las que personas indígenas de las comunidades eran situadas como co-investigadoras/es. Tras esas experiencias pioneras de los cuarenta, ya a principios del siglo XXI y también en EE.UU. hallamos expresiones de etnografías disidentes mediante corrientes como la Antropología feminista o aquella Antropología negra por la justicia social (Black feminist anthropology) (Casas, 2014). Asimismo, desde América Latina, autores como Martínez y Camas (2016) se referirán a etnografías de empoderamiento respecto de prácticas audiovisuales centradas en producir documentales etnográficos con pueblos originarios desde la investigación participativa, en la que denominan etnografía investigación participativa, como expresión de la apropiación de la etnografía por parte de los pueblos indígenas realizadas sobre sus propios territorios y/o comunidades (Tuhiway, 2008; Souza Silva, 2021).

En la diversificación de su práctica y de vínculo o no con una incidencia más política de ella desde visiones críticas se problematizará sobre diversos aspectos que se consideraba se debían revisar. La relación asimétrica y de poder entre investigador e investigado, la relación de la investigación con la acción, el papel de colaboración o de si podía entroncarse con el activismo serán debatidos y revisados en diferente medida. Entre otros, los nuevos giros buscaban “una alternativa necesaria para superar la falta de incidencia de la etnografía convencional en la transformación de las condiciones de vida de los `dueños del problema´” (Berraquero, Maya y Escalera, 2016, p. 54). Ya en el siglo XXI, en escenarios europeos y/o latinoamericanos se desarrollaron denominaciones y prácticas de etnografías participativas y etnografías colaborativas (Berraquero, Maya y Escalera, 2016).

La etnografía ha vivido, pues, un profundo proceso de experimentación y diversificación, entre los cuales emerge el de su vínculo con la participación y la acción.

2. Procesos participativos de investigación-acción

2.1 El nexo investigación-acción como debate constitutivo de la IAP-MPs

El vínculo entre los ámbitos genéricos de la investigación y la acción se puede rastrear ya desde los orígenes del siglo pasado, y evolucionó mediante diferentes grupos y expresiones; Lewis, en los años cuarenta, formalizará la denominación “investigación-acción”. Llegados a los años setenta, entroncarán su vertiente de investigación acción crítica y emancipadora en EE.UU. e Inglaterra (Kemmis y McTaggart, 2013) con la investigación acción participativa (IAP) mediante la propuesta de Fals Borda desde América Latina, todas las cuales se planteaban como lema investigar la realidad para transformarla (Fals Borda, 2012, p. 295). Es decir, las corrientes que incorporaron la participación consolidarán una rama específica dentro del campo más genérico de la investigación-acción (Francés, Alaminos, Penalva y Santacreu, 2015). De esta rama participativa surgen diversas denominaciones según zonas o países que, según el propio Fals Borda, guardarán amplia sintonía, aunque se destaca por su expansión la IAP que, señalaba en 2006, se practicaba y/o enseñaba en más de 2.500 universidades de 61 países del mundo u organizaciones globales como la OIT o Naciones Unidas (2006). Por tanto, resulta resaltable su rápida proliferación, y además en múltiples campos de la práctica social, aunque ello también significara una controversia en su interior respecto de los usos que se le dieron y el grado de cumplimiento de sus premisas iniciales. Décadas después de su origen, y más allá de su premisa de oponerse a los metarrelatos (2012, p. 265), Fals Borda reconocía con contradicción que para entonces la IAP habría sido utilizada para políticas tanto revolucionarias como desarrollistas (Santos, 2019, p. 354).

Esa simple relación directa entre investigación y acción significó desde su origen una ruptura epistemológica y metodológica con las premisas positivistas que se habían instalado también en la investigación social. Hasta el día de hoy, desde el prisma científico tradicional resulta compleja esta vinculación: que investigación y generación de conocimientos se puedan orientar a procesos socialmente activos de los/as afectados/as que intenten la transformación de la situación inicial interpela directamente esas nociones asociadas a verdad, ausencia de interés y voluntad en la práctica científica, distanciamiento del objeto de estudio, especialización investigativa y neutralidad que los postulados positivistas han sostenido como procedimiento correcto.

El binomio investigar-actuar viene a responder la cuestión del sentido del conocimiento. Opuestos a la idea de ausencia de voluntad e interés en los sujetos que investigan y actúan en el ámbito social, así como a que el uso de la información obtenida deba ser para orientar/dirigir/controlar a las/os investigadas/os, desde la IAP-MPs manifiestan, cercanos a aquel precepto de que en la ciencia también deben operar el bien o la justicia (Santos, 2009), que el sentido real de esa investigación debe ser el cambio-mejora de la realidad social que se analiza y en la que se interviene.

Claramente vinculada a la teoría crítica en ciencias sociales, así como a la perspectiva dialéctica dentro de la investigación social, la IAP-MPs cuestionarán la visión única y objetivista del quehacer científico buscando mostrar la directa relación entre ese objetivismo, el monopolio del saber y el control social (Gassino y Scribano, 2008, p. 182). La reflexividad como una capacidad de los seres humanos respecto a su propio actuar y la sociedad que habitan cuestionaba esas premisas de imposición de verdad y conocimiento de la ciencia tradicional. Una realidad vista ahora más como construcción social y no como objetiva determinaba que, tal como en las tesis cualitativas del decir también como hacer, el conocer o investigar y el actuar sobre esa misma realidad dejaran de plantearse de forma disociada. De ahí que metas como investigar sobre los problemas de las/os afectadas/os, formular interpretación y análisis sobre su situación, y elaborar planes para resolverlos (Francés, Alaminos, Penalva y Santacreu, 2015, p. 57) se englobaran perfectamente en la misma propuesta. En ese sentido, Fals Borda la anunciaba como una metodología vivencial que suma su procedimiento metodológico, su capacidad pedagógica de enseñanza y su acción política como parte de un todo. No es, pues, sólo un método de investigación, sino también un “sistema-proceso de participación más amplio que aquél” (Villasante, 2014, p. 266). Claramente, esa acción aparece vinculada con conceptos desarrollados desde la teoría crítica, como transformación, emancipación, cambio o mejora social.

En el marco de las tres perspectivas existentes en la investigación social (distributiva, estructural y dialéctica), la última enfatiza su atención no tanto en la descripción ni en la explicación de esa realidad que asumen las dos primeras, sino en su transformación. Corresponde a la dimensión movilizadora que el individuo y la sociedad muestran a menudo en su pensamiento y acción social, junto con describirla o tratar de explicarla. En ese sentido, la dualidad investigación/acción no deja de ser una expresión más del binarismo cartesiano que las visiones críticas post-positivistas han deconstruido. Tal como teoría y práctica constituyen dos partes indisociables de la investigación social y científica, nada impide en la actualidad, cuando se ha reconstruido el vínculo, que investigar pueda ir perfectamente asociado a intervenir en la mejora de la realidad investigada. Y es que, como señalan Francés, Alaminos, Penalva y Santacreu “el conocimiento adquirido a través de la investigación social sólo toma verdadero sentido en la medida que llega a ser utilizado por la población para su propia mejora, lo cual en definitiva debería ser el objetivo último del desarrollo científico” (2015, p. 33). Si la investigación se ha orientado hacia la generación de información y conocimiento, la participación le añade el componente de la acción, asociada a movilización y decisión en el intento de proyectar cambiar la realidad que se trata y habita.

Ese vínculo desemboca en la praxis como concepto que yendo más allá de la práctica aglutinaba toda una serie de orientaciones críticas innovadoras vinculadas a la acción social. De praxeología tratarán F. Borda y Rahman, para proponer un concepto de praxis que incorporaba a la teoría elementos objetivos y subjetivos, de compromiso, de reflexión, de crítica y de autocrítica. De este núcleo surgirá la denominación de metodologías práxicas o, posteriormente, socio-praxis, que Villasante sistematiza desde los noventa, nutrida de otros variados aportes prácticos y teóricos para su construcción, con la IAP como su núcleo central inicial. Ante un mundo que asiste a sociedades y sistemas cada vez más complejos, deconstruirá esa visión positivista aportándole los componentes de complejidad e incertidumbre que caracterizan a todo sistema, y en mucho mayor medida a los sociales como directamente hipercomplejos: dinámicos, interinfluenciables, cambiantes, performativos e innovadores.

La centralidad que se otorgó ya desde la metodología cualitativa al sujeto aparece reforzada en la IAP-MPs. Ante individuos y grupos que manejan sus conocimientos y voluntades en procesos democráticos de reflexión para la construcción de actuaciones de mejora, no quedan dudas de que el sujeto deja de ser visto como objeto de estudio para apostar por sus capacidades de reflexión y organización colectiva. Desde la visión crítica, la IAP-MPs asumirá la relación sujeto-sujeto como premisa a alcanzar en un marco de redefinir el poder y las tareas del investigador, a la vez que la de las personas con quienes se trabajen los procesos participativos. Contrariamente al objeto cosificado, el sujeto actúa, tiene voluntad, capacidad de reflexión y organización, y desde ese punto se contempla la idea de su participación en un sentido pleno sobre la que las IAP-MPs fundamentan gran parte de su sentido. Ello porque, como señala Santos reflexionando acerca de la IAP, el objetivo de investigación no es crear conocimiento unilateralmente a través de la polarización sujeto/objeto, sino más bien multiplicar los sujetos de conocimiento (2019, p. 358). En la misma línea: el conocimiento producido sólo es útil en la medida que sirva para aportar soluciones a los asuntos con los que los sujetos vinculados al proceso se enfrentan (Montañés-Serrano, 2003). Ello porque, como afirma Ghiso, las comunidades no son objetos de estudio, sino sujetos portadores de conocimientos (2006, p. 373)

En esa última idea aparece otro de los componentes epistemológicos básicos con los que nace la IAP en torno a las cuestiones básicas de para qué y para quién del conocimiento a construir. Resulta evidente cómo en la investigación social tradicional la información generada queda concentrada y monopolizada en manos de los expertos (Francés, Alaminos, Penalva y Santacreu, 2015, p. 59). Como premisa, se rompía con la lógica de investigar para instituciones de poder que tenían ese monopolio de conocimiento, para pasar a hacerlo para y con los/as afectados/as vistos como sujetos protagonistas.

La revalorización del sujeto para la investigación social implicaba desde la IAP recuperarlo en su plenitud y complejidad de capacidades y acciones. Como se ha señalado, las/os sujetos de autores como Fals Borda (2012) eran especialmente campesinos/as y otros en situaciones de clara desigualdad. De este tipo de escenarios y de un planteamiento que quería intervenir sobre las asimetrías reinantes, la IAP también ampliará los saberes mediante el reconocimiento del saber o cultura popular. Conocedor del monopolio del conocimiento ejercido por la academia y la ciencia cada vez más al servicio de grandes instituciones y corporaciones, lograr reconocer y poner en valor esos otros saberes se convertirá en otra premisa central para el autor. La apertura lo llevará, por ejemplo, a referirse a una investigación y conocimiento sentipensante que ya superaba la restringida racionalidad positivista para incorporar las emociones, sentires y otros tipos de percepciones y expresiones que ampliaban la comprensión de y sobre la realidad social más allá de la pura razón. En ese sentido, la IAP-MPs se alzó como clara promotora de la ecología y diálogo de saberes con énfasis en los conocimientos contextuales y convivenciales como imprescindibles.

Corresponde un sujeto reconocido y des-objetivado que para la IAP-MPs tomará sentido, como se ha visto, en la reflexión-acción pero, además necesariamente en lo colectivo como otro de sus componentes centrales. Estas metodologías participativas visualizan un colectivo internamente diverso, diferenciado y a veces incoherente y contradictorio; penetrar en su cohesión o fragmentación, en sus relaciones múltiples y cambiantes, en la centralidad de los conflictos, en sus identificaciones lo plantea como sujeto colectivo complejo. El análisis reflexivo que propone para sus procesos participativos buscará la generación de conocimiento y autoconocimiento necesariamente desde la construcción colectiva.

Por lo demás, como acotan Kemmis y McTaggart, se trata de un sujeto colectivo moderno que no se mueve solo en el mundo de la vida (reproducción y transformación social y cultural, la formación y la transformación de identidades y capacidades individuales), sino también sujeto a sistemas institucionales como medios de control (2013, p. 42). Es real que los procesos participativos otorgarán centralidad a la creación de espacios instituyentes en su relación conflictiva con lo instituido, pero en su preocupación por las estructuras no perderá la perspectiva de vincular cómo ellas determinan ese mundo de la vida; la búsqueda de transformación acercará necesariamente los procesos también al análisis de las estructuras y sistemas de poder.

Todas las premisas señaladas sitúan al investigador en un rol diferente del tradicional. El protagonismo que adquiere el sujeto colectivo con capacidad reflexiva de conocimiento, análisis y acción libera al investigador/a de esa atribución de ser la única figura pensante y directiva del proceso. De los especialistas que estudian a otros (la mayoría de las veces subalternos y tratados como sin conocimiento), se plantea la flexibilización de su figura para quitarle poder y romper la unidireccionalidad en busca de construir colectivamente un proceso social de cambio. Ciudadanas/os diversas/os desde sus múltiples vivencias y capacidades asumirán tareas principales del proceso como, ya desde el inicio, la definición de las problemáticas a tratar. Lejanos de problemas creados desde la academia, los temas a tratar serán aquellos que preocupan como necesidades a la comunidad, en esa búsqueda de mejoras que encarnan deseos y proyecciones. Ello sitúa al investigador/a en labores múltiples como problematizador, facilitador, sistematizador, dinamizador, promotor de la deliberación y democratización de los procedimientos, coordinador del proceso y la información en diferente forma y medida. La construcción positivista del investigador como experto, debido a su titulación formal y reconocimiento institucional, aparece cuestionada, y en la medida que desconoce vivencialmente los territorios que investiga su experticia será sólo temática, teórica o metodológica para compartir con otros expertos, como los que protagonizarán las relaciones en el territorio; corresponde a la útil y democratizadora diferenciación entre expertos temáticos y convivenciales (Villasante, 2006, p. 307).

En coherencia con lo anterior, pero a diferencia de la primera IAP de los años 70 por su contexto de aguda lucha social, especialmente en América Latina donde surge, el investigador participativo actual abandona el papel de ser figura de vanguardia (Kemmis y McTaggart, 2013, p. 424; Santos, 2019). La posición de la IAP-MPs de reconocimiento de los diferentes saberes, entre ellos el popular, de enfatizar la capacidad de acción y búsqueda de medidas de mejora desde los/as afectados/as, rebaja el perfil del investigador/a hacia un aporte horizontal en gran medida equivalente al de otras/os participantes.

La principal señal de apertura acontecida en la investigación social durante el siglo XX, protagonizada por el enfoque estructural con énfasis en lo cualitativo, corresponde al reconocimiento central del lenguaje en la vida social como elemento múltiple y principal distintivo del sujeto social. En sus interacciones cotidianas las relaciones sociales se alzarán, pues, como claves centrales de la comunicación y acción humanas. De aquella constatación de que el lenguaje decía y hacía a la vez, la investigación participativa recogerá también, junto a la parte simbólica del lenguaje que hace referencia a lo estructural de la sociedad desde la percepción subjetiva e intersubjetiva de los sujetos que cobra relevancia en los significados, aquella dimensión pragmática del lenguaje vinculada a su capacidad de vehicular la acción o la movilización social. Aunque múltiples y mixtas, las metodologías participativas que captan las diversas dimensiones de la realidad tratada, abundarán en lo discursivo, tanto por lo que connota de esa realidad como por cómo los sujetos lo utilizan para intervenir en ella.

Ello pasa por visualizar y conformar las redes existentes y que aparecen en los espacios sociales y la esfera pública. Como acota Martí, la IAP se puede entender como una metodología que debe permitir a los agentes “recrear las redes sociales”: transformarlas desde la (auto)reflexión sobre las estructuras existentes (2005, p. 5). Ante la centralidad que se les otorga a las relaciones sociales para la comprensión social, incluso por encima de las ideologías, las redes reflejarán esos entramados de interacciones que esta propuesta de IAP-MPs pretende conocer, intervenir y recrear desde la reflexión de sus actores; señalado por Villasante, este aspecto correspondería a detectar, analizar e intentar modificar las relaciones existentes entre los sujetos mucho más que a estos mismos o sus ideologías (2014, p. 130). Se persigue averiguar cómo se articulan las relaciones sociales en el medio instituido para, a partir de una dialéctica instituyente orientada por los deseos y necesidades de los sujetos, alcanzar transformaciones sociales (Francés, Alaminos, Penalva y Santacreu, 2015, p. 44).

Asumiendo que se actúa sobre ámbitos del mundo de la vida y la esfera pública, trabajar con y en las redes ofrece desafíos significativos. Por definición, ellas son dinámicas y mutables, así como complejos sus sujetos, que suelen mostrar comportamientos múltiples no predecibles; ello, además de asumir conscientemente la diversidad interna de los grupos y entramados locales en lo que constituye la superación de visiones homogeneizantes de lo micro. Por tanto, este tipo de procesos participativos se plantean incidir sobre esas redes de sujetos con respecto a aspectos como reactivar la red, incluida la incorporación de nuevos actores vinculados al contexto analizado, promoviendo la reflexión crítica, autocrítica y propositiva mediante mecanismos deliberativos y democráticos.

Un énfasis central de este aspecto lo da la búsqueda democrática de ese proceso. Ya se ha insistido: no basta con que este sea informativamente riguroso y completo, ni siquiera que esté planificadamente organizado, si no cumple este requisito de que se dé el trabajo pedagógico de ser construido colectivamente.

Como se puede apreciar, aparece reiteradamente el esfuerzo de la IAP-MPs por comprender y tratar el mundo social y cotidiano, el mundo de la vida como su centro y su lógica más lejana al predominio de la racionalidad instrumental. Precisamente ello la hace difícil de cuadrar en los marcos tradicionales de la investigación en general, y social en particular. Como destacan Kemmis y McTaggart, pretende ser un antídoto para reducir la reserva de irracionalidad, injusticia, desigualdad, insatisfacción y situaciones similares que predominan en las formas sistémicas en el mundo actual; incluso ante los marcos en expansión de hiperracionalidad y la tecnologización, apunta a que las personas sepan qué están haciendo y les facilite hacer lo que creen que es correcto (2013, p. 430). Ello, a su vez, conecta con su faceta de haberse mantenido en muchas ocasiones en práctica por los movimientos sociales como encarnación de las luchas sociales por la mejora de un mundo cada vez más racionalizado bajo las lógicas de los sistemas de dominación hegemónicos. Esa conexión sitúa la IAP-MPs como articuladora de la ciencia y el saber popular como otra de sus características. Fals Borda lo expresa como apuestas por estimular el conocimiento popular por medio de fortalecer articuladamente el sentido común y la sabiduría popular (Herrera y López, 2012, p. 262) como parte de esa premisa ampliada. O lo que señala Villasante como objetivo de estas metodologías: aprender desde los movimientos sociales, la potencialidad y la creatividad en lo popular, sin abandonar la ciencia crítica (2006, p. 399).

Desde su expresión técnica, la IAP-MPs traducirá su epistemología mediante un método múltiple, integrador, en el que podemos identificar elementos etnográficos y que, evidentemente, conjuga investigación y acción. Una primera expresión la encontramos en su carácter múltiple y plural respecto de las técnicas. Como señala Martí, las MPs no renuncian a los métodos y técnicas tradicionalmente usados en ciencias sociales (cualitativos y cuantitativos), sino que los integran conjuntamente con otras más específicamente orientadas a momentos de dinamización y participación (2005, p. 6). Captar la complejidad de un escenario social las lleva a indagar en los distintos planos de él:las dimensiones descriptivas (cuantitativas), discursivas (cualitativas) y movilizadoras (participativas) de la realidad social. Su foco se sitúa en lo discursivo-participativo, lo cual centralizará la actividad del taller participativo comprendido como la meta-técnica de este tipo de procesos, especialmente inspirada en ser reflejo del mundo social y de la vida. Al interior de aquel, según los objetivos y momentos del proceso, utilizaremos múltiples técnicas, que en algunos casos podemos crear directamente para la situación y contexto. Talleres orientados a objetivos y momentos diversos de diagnóstico, devolución, reflexión de los límites, definición de criterios, construcción de propuestas, programación, monitoreo, evaluación o seguimiento (Ganuza, Olivari, Paño, Buitrago y Lorenzana, 2011), materializados mediante muy diversas técnicas, como sociogramas, escenarios de futuro, flujogramas, EASW, técnicas de priorización, votaciones ponderadas, etc., ofrecen prácticas múltiples para definir actuaciones, organizar las acciones y responsabilidades de manera transparente, reflexiva y democrática en la medida que se trabajen con roles claros y de forma rigurosa. Como devolución sistemática o restitución con fines comunicativos, nombraba Fals Borda en 1997 (Herrera y López, 2012, p. 273) el ejercicio de retornar a los sujetos la información elaborada, para su posterior debate hacia la definición de la acción, con el objetivo de facilitar la apropiación social del conocimiento que constituye una práctica central para la IAP-MPs.

2.2. Debates sobre lo político en los usos de la IAP-MPs

El devenir de la IAP entre sus orígenes latinoamericanos y su actualidad marca variaciones con respecto a su concepción y uso de lo político. En ese sentido, resulta claro cómo en su origen nace con un objetivo político declarado en el sentido de ser útil a sectores subalternos, aportando conocimiento para procesos emancipatorios y asumiendo la condición activista y militante de los actores involucrados en procesos de este tipo (Francés, Alaminos, Penalva y Santacreu, 2015). La propia idea medular de investigar en vinculación con la acción daba centralidad a una visión política posicionada hacia cambios de los sectores que en mayor medida padecían condiciones impuestas por los diversos sistemas de dominación. El propio Fals Borda resulta explícito al respecto: “(…) las relaciones desiguales de producción de conocimiento vienen a ser un factor crítico que perpetúa la dominación de una elite o clase sobre los pueblos. (…) Todo ello con el fin de que (la IAP) sirva de base principal de una acción popular para el cambio social y para un progreso genuino en el secular empeño de realizar la igualdad y la democracia” (en Herrera y López, 2012, p. 262).

Sin embargo, como aclaran Francés, Alaminos, Penalva y Santacreu, desde otros acercamientos posteriores la IAP “es y ha sido considerada como una opción de conocimiento investigador capaz de generar nuevas teorías y metodología en el acervo de las ciencias sociales, primando la elección de este enfoque por su potencialidad diferencial para afrontar el análisis complejo de la realidad social” (2015, p. 56). Descontextualizada en tiempo y espacio de sus orígenes mediante múltiples experimentaciones, ha vivido modificaciones que han extraído principalmente su esencia metodológica y han difuminado en ocasiones sus fundamentos epistemológicos. Asimismo, su promoción desde la academia, en su disputa interna por posicionarla como una metodología de investigación innovadora que cuestiona los parámetros más positivistas todavía dominantes, habría marcado, sin embargo, una acentuación de su faceta investigativa y un descuido de la parte más movilizadora, lo que atentaba contra el vínculo indivisible planteado originalmente entre investigación y acción.

Estos dos posicionamientos y devenires sobre su uso marcan hasta la actualidad un denso debate de múltiples experimentación y compleja solución, que parece centrarse nuevamente en la viabilidad del nudo del vínculo entre investigación y acción.

Como resultado de ese debate, en tiempos recientes se aprecia un malestar respecto de ciertos usos de la IAP-MPs aduciéndose prácticas de tecnocratización, apolitización, instrumentalización, entre otras, en su uso. Así, Berraquero, Maya y Escalera (2016) se refieren a intentos de “superar la deriva tecnocrática que reduce la IAP a la utilización de técnicas, tecnologías o procedimientos considerados participativos” (2016, p. 50). Giraldo (2019) se remitirá a su instrumentalización mientras R.-Villasante (2019) analiza fracasos, trampas y retos actuales respecto de la implementación de procesos participativos mediante IAP-MPs. Por otra parte, Santandreu (2019) llega a denominar como IAP indolente aquella que, marcada por el proyectocentrismo (Santandreu y Batancourt, 2019), desvincula las intervenciones de los procesos de los colectivos sociales protagonistas; la búsqueda de subvención, que a su vez impone pautas de razonamiento como el marco lógico, estaría amenazando su componente histórico de subversión.

Los distintos debates se centran tanto en los agentes e instituciones que hacen uso de la IAP-MPs, como las ONGs o instituciones públicas, como en su uso exclusivamente técnico desvinculado de su epistemología original y que atentaría contra la real posibilidad de promover acción transformadora. Desde ahí se plantea la cuestión fundamental de si se puede hablar de IAP si finalmente se enfatiza la parte investigativa y no aparece la acción. Su utilización en y por la academia ha merecido tratamiento específico precisamente por darle en muchas ocasiones un uso técnico no mayormente secundado por procesos de acción. Asimismo, se plantea el debate sobre los sujetos de la acción que, en la medida que no se logren cambios reales de la situación, pudieran ser instrumentalizados por procesos que les generan expectativas, pero cuyos resultados, aunque útiles para los investigadores, no tendrían traducción en sus condiciones cotidianas.

Hay también otra reflexión necesaria sobre los procesos que la IAP-MPs promueven. Corresponde a que en la profundización de su experimentación también ha encontrado obstáculos que remiten a la dificultad de lograr cambios, debido al importante arraigo de las estructuras y relaciones de poder en los sujetos, la conflictividad de intereses o la dificultad del sostenimiento de la dinámica organizativa, entre otros, que habían sido minimizadas en sus planteamientos vanguardistas originales. Se ha comprobado en la práctica que promover la movilización, organización, programación colectiva participadamente construida no resulta en absoluto tarea fácil, sobre todo por la dependencia de una coordinación social compleja y sostenida en un marco de estructuras no sencillas de modificar, tanto por los mecanismos para poder imponerlo por parte de sus beneficiarios como por su arraigo en el imaginario colectivo.

3. Etnografías críticas de acción participativa

Una convergencia plena de potencialidades

En sus trayectos históricos, se aprecia un proceso de convergencia entre la etnografía y la IAP-MPS como métodos de investigación y acción social. El contexto de ampliación de paradigmas de comprensión de la realidad, que por lo demás han trascendido lo científico, ha aportado a un contexto de experimentación y apertura. La complejidad, la incertidumbre como razón científica, el cuestionamiento de los metarrelatos ha coincidido con aquel otro cuestionamiento a las explicaciones universales, lo cual ha dado gran importancia a lo contextual localizado. De hecho, se puede afirmar que tal como la etnografía en su proceso interno avanzó hacia la acción, las metodologías participativas crecieron con el sello de la densidad y el holismo que la primera había señalado.

Lo investigativo como tal fue sometido a prueba desde la investigación-acción en su pregunta epistemológica de para qué y para quiénes se investigaba. En ese sentido, esta confluencia de lo etnográfico y lo participativo encontró en lo primero esa parte investigativa de recolección de información múltiple, y en la IAP-MPs el ingrediente de la acción para la búsqueda del cambio social. Con claridad, la IAP y, aún más, versiones posteriores como la sociopraxis, se inspiraron en y recogieron de la etnografía elementos en torno a hacer campo, observar, participar, ver la integralidad, multiplicar las fuentes y claves de información, todo lo cual enriquecería profundamente su posibilidad de llevar el proceso investigativo hacia intentar modificar las problemáticas vividas por sus actores.

En ese sentido, el aporte sustancial de la etnografía se centrará en la reivindicación del trabajo de campo, la observación sea más o menos participante, como dinámicas imprescindibles para la práctica de investigación y posterior intervención. Gracias al reconocimiento obtenido por los nuevos paradigmas, la diversidad de fuentes, ahora mucho más amplia, ha permitido sumar planos de información en los que cobran relevancia aportes desde lo cartográfico, audiovisual, digital, y lo múltiple relacionado con nuevas tecnologías de información y comunicación que están transformando el mundo actual.

En un contexto de proliferación de usos y campos de acción de ambos métodos, la presente propuesta de etnografías críticas de acción participativa apunta a la confluencia de aquellas etnografías contemporáneas de carácter crítico y que mantienen el vínculo con las problemáticas de sectores subordinados, sin voz, invisibilizados en contextos afectados por los sistemas de dominación, y la denominada como IAP-MPs no tecnocrática (Berraquero, Maya y Escalera, 2016), también afín a esas problemáticas desde motivaciones emancipatorias del orden social y sus sistemas institucionales. Todo ello, necesariamente, desde el prisma de conformar un nosotros que apunta a los problemas comunes.

Del otro a la construcción del nosotros

Un ámbito decisivo que se modifica en el paso de la etnografía tradicional a la contemporánea, y de ésta a los enfoques de acción participativa, claramente es el sujeto. Las nuevas miradas actuales que incorporaron las propias sociedades occidentales, entre ellas especialmente las urbanas, supusieron diluir esa focalización en los otros lejanos y extraños para orientarla en observar y analizar nuestras propias sociedades. Esa nueva localización las acercó en gran medida hacia “nuestros otros”. Tratar a los subordinados, los pobres, los marginales, los inmigrantes, los sectores populares, mayorías o minorías diversas (mujeres, minorías étnicas y sexuales, etc.) constituyó ese giro hacia la autoobservación de nuestros propios entramados socioculturales. El salto epistemológico venía de la mano de plantear como aspiración la relación sujeto-sujeto en la investigación social, abierta desde ciertos campos de los enfoques cualitativos. Pese a la dificultad de lograrlo, al menos planteaba una relación no instrumentalizada con las personas a quienes se investigaba, planteamiento que abrirá una posibilidad de avance hacia un nosotros en que el investigador era incitado a abandonar su situación de privilegio, tal como se plantearía desde la IAP-MPs. De hecho, inauguraba un necesario debate acerca de la capacidad desde las ciencias sociales sobre las implicaciones de dar voz a los sin voz y la legitimidad de ello. Se iniciaba el camino hacia un investigador ciudadano que abandona la pura intelectualidad teórica, habitualmente como experto extractivista y distante, para pasar como afectado e implicado a ocupar papeles más cercanos a facilitador metodológico o impulsor inicial de estos procesos.

Recogiendo la propuesta de Garcés (2013) de dejarnos afectar por la realidad precarizada para la gran mayoría de un mundo problemático que no controlamos y para el cual no existen soluciones sencillas, este nuevo investigador se implica fundamentalmente desde sus capacidades en intentar cambiarla, junto a otras/os. Como identifica la autora, la problemática social central ya no se centra en la búsqueda de libertad en sí, sino en el desafío de vivir juntos, convivir en un mundo explotado, devastado y amenazado (2013, p. 146). Ello centra la acción en el mundo común que compartimos, en trabajarlo y gestionarlo de formas diferentes de las históricas propuestas hegemónicas; un ámbito común, que, sin embargo, no es necesariamente la comunidad que, además de habitualmente imaginada, muchas veces carga con exclusiones históricas. Se trata, pues, de la construcción de un nosotros anónimo en el que puede caber cualquiera o, más bien, todos; un nosotros que no necesita de ni confía en las identidades, en la medida que identifica que su exacerbación desde la diferencia es uno de los principales obstáculos para avanzar hacia el/lo procomún; más que ellas, la dignidad común se convierte en el móvil en búsqueda. En ese sentido, la ECPA se suma y focaliza como propuesta metodológica hacia procesos diversos para posibilitar la construcción de procomunes en los distintos espacios sociales.

Para esa conformación de un nosotros vivencial cargado de potencialidad de cambio, cobra especial relevancia la idea de compromiso y co-implicación común ante esa realidad. Garcés es contundente al respecto cuando señala que “hoy no se trata de cómo hacer participar (al espectador, al ciudadano, al niño...) sino de cómo implicarnos” (2013, p. 112). Desde la epistemología de la IAP-MPS se señalaba la idea del compromiso de los propios afectados en el análisis y búsqueda de acciones de mejora, a lo que se suma que quienes conservan roles de investigador se impliquen también al identificarse como afectados, aportando a promover procesos sociales de cambio. La idea de compromiso se recogería de pleno para las ECAP.

En términos más claramente técnico-metodológicos, ese avance hacia la construcción de un nosotro/as en los distintos procesos entronca con la propuesta de Valenzuela-Arce (2020) de trabajar la que denomina condición emtic. Comprobando que en los híbridos y globalizados contextos actuales se difuminan el adentro y el afuera del proceso investigativo, lo que desfigura la división emic-etic, lo emtic vendría a sintetizar esas visiones de hablar desde dentro de situaciones en las que se funden la mirada como afectados y la mirada como analistas que buscan resoluciones prácticas a las problemáticas que viven; el conocimiento legitimado y los saberes desvalorizados conviviendo como pautas para un saber-hacer distinto.

Para qué y cómo

En términos epistemológicos, la propuesta se construye desde distintos principios y componentes que ya han sido mencionados. Partiendo de la clave de la ampliación y complejización de la comprensión de la realidad social, desde la premisa de la democratización social apunta a una deselitización y horizontalización de la investigación social. Se plantea, pues, como una propuesta metodológica basada en la crítica y autocrítica en la medida que centra sus objetivos en la movilización y mejora social. Así, sus soportes, basados en la búsqueda de pluralidad, construcción compartida de intersubjetividad, de creatividad social como cuestionamiento a la presunta falta de alternativas, buscan la implicación a través de la participación de las/os afectadas/os mediante la puesta en valor de sus saberes y capacidad de movilización y por medio de posibilitar la reflexión y autoorganización. Desde ese marco, no esconde su sentido claramente político de debate y disputa de los significados y acciones sociales. Se apela a una política concebida desde la necesidad de acción e intervención sobre entornos colonizados por lógicas instrumentales y que cuestiona la noción del poder que se ejerce sobre los otros a cambio de un poder hacer entendido como capacidades de actuar sobre esa realidad (Garcés, 2013).

Como se apreciaba en etnografías y procesos participativos recientes, las ECAP también apuntan a la superación autovigilada de la neutralidad. En la medida que se reconoce opuesta a los sistemas de dominación que identifica, se centra en promover procesos de investigación-acción amplios que sometan la visión subjetiva de quienes motorizan el proceso a la pluralidad de posicionamientos. Requiere comprender lo más profundamente posible los contextos, para desde ello acordar colectivamente las acciones de mejora. He ahí una de sus rupturas principales con la ciencia positivista presuntamente objetivamente y neutra. Así, en la medida que no cree posible las objetividades plenas, asume su imposibilidad y hace de visibilizador de situaciones sociales de injusticia, toma partido por los más desfavorecidos, otorga voz y facilita la expresión de actores en subordinación, de la mano de favorecer procesos de autoreflexión y definición colectiva de acciones superadoras.

En los contextos actuales de profunda interconexión, las ECAP apuntan a vincular esa visión holística que marcó la antropología con lo local y contextual; y desde ahí ayuda a descifrar localizadamente la comprensión de los múltiples entramados entre lo local y lo global. Comprender cómo esos sistemas macros influyen y se resignifican en lo local requiere de ese contextualismo radical que permita diferenciar las combinaciones y expresiones localizadas. Junto a ello la procesualidad es otro ingrediente comprensivo de acción fundamental. Se trabajan procesos sociales tanto mediante la recolección y construcción sistematizada de información y conocimiento, como en su ejecución práctica. Esa procesualidad les da un carácter intensivo y longitudinal que no se detiene ni centra en los resultados, ni mucho menos, sino en la necesidad y utilidad de construir procesos sociales que resultan pedagógicos en sí mismos. Desconocedores a priori del curso que pueda tomar ese proceso(s), su énfasis estará en la deliberación y construcción permanente por parte de sus sujetos en función de la segura modificación que vivirán los contextos y escenarios iniciales.

Cabe insistir en la idea de que estos procesos de ECAP guardan mucha relación con el mundo de la vida sin que, por supuesto, lo desconectemos de las estructuras institucionales y sistemas de dominación que lo determinan. Como se preguntan Kemmis y McTaggart, ¿cómo promovemos la descolonización del mundo de la vida, que está saturado de discursos burocráticos, prácticas rutinarias y formas institucionalizadas de relaciones sociales, características de sistemas sociales que ven el mundo sólo a través del prisma de la organización y no a través de la vida humana y humanitaria de las vidas sociales? (2013, p. 383). En ese sentido, lo vital, lo vivencial, lo relacional (con énfasis en aquellas relaciones de poder) cobran una centralidad máxima en conexión con cómo abordar y entender nuestras sociedades y culturas dinámicamente. Apunta a conocer los entramados cotidianos de reproducción del poder, las desigualdades, las exclusiones, los no reconocimientos hacia experimentar múltiples procesos de desactivación de ellas. Por ello, como propuesta metodológica cobran especial sentido en construir y reconstruir mundos de la vida saneados con la dignidad como premisa.

De ahí las ECAP anotan su característica de buscar ser crítica. Crítica hacia los articulados sistemas de dominación (capitalismo, colonialismo, patriarcado, en ocasiones vinculados a otros, y siempre traducidos a sus expresiones contextuales locales), en sus profundos entramados de reproducción traducidos en desigualdades, exclusiones, explotaciones, subordinaciones, violencias múltiples, injusticias. Investiga-actúa para identificar, paliar sus efectos de sufrimiento en las personas y proponer superaciones locales. Desde esa crítica de cuestionamiento de estructura se inscribe lo sustentable, lo decolonial, la apertura a concepciones creativas de organizar lo social, lo cuidadoso, lo ético que pretende orienten sus prácticas.

Para esta propuesta, lo participativo se recoge mediante aquella acepción metodológica de ser parte en el proceso, con la más política de aportarle saberes, acción, decisión. Y tiene en la versión más radical de lo democrático otro sentido fundamental: se ejecuta democráticamente escuchando a cada una/o y sus saberes para la construcción de visiones comunes, a la vez que es democratizante por plantearse realizar de forma plural y transparente dichos procesos. Con ello hace pedagogía de cómo construir prácticas democráticas transformadoras.

Replantear y resignificar el carácter tradicional de la investigación las hace plantearse como no extractivas (Santos, 2019) en la relación de los que asumen la investigación con los sujetos afectados parte del proceso. La superación del papel del investigador/a como centro director de saber y poder, la negación de objetivar a los sujetos conecta a su vez criterios de interculturalidad, en su lógica también decolonial con la que se han planteado históricamente muchas etnografías. Si desde la epistemología de la IAP-MPs era explícita la intención de generar conocimiento para la acción de los/as afectados/as, estos procesos etnográficos participativos se orientan hacia los propios grupos y comunidades en búsqueda de grados crecientes de autonomía; de ahí que su objetivo se opone a extraer para llevar conocimiento, información hacia el exterior (las instituciones, los sectores privados, el mercado…), y encuentra un sentido principal en el autoconocimiento, la autoformación, la autoorganización, la autogestión, el autocuidado.

Así, en términos de método las ECAP son una clara propuesta de pluralismo metodológico orientado a la acción. Para ello, experimentará desde las máximas vías técnicas posibles en vía de enriquecer el siempre incompleto panorama de la comprensión de la cambiante realidad social. Sirva la siguiente tabla como síntesis de los móviles epistemológicos que inspiran las ECAP, con sus respectivas traducciones técnicas de recolección y construcción de información, conocimiento y acción.

TABLA 1
Sentidos y traducciones técnicas desde la etnografía e IAP críticas
Sentidos y traducciones técnicas desde la
etnografía e IAP críticas

Conclusiones

  • Las etnografías críticas de acción participativa se plantean como una propuesta metodológica producto de la confluencia práctica que la etnografía y la investigación acción participativa vienen manifestando en sus últimas experimentaciones. Orientadas hacia la articulación de investigación y acción social, potencian su capacidad detallada y sostenida de estar en el terreno con los actores afectados mediante no sólo la observación y el diagnóstico, sino también en vía de que ello permita consumar procesos sociales de búsqueda contrastada y organizada hacia un cambio social de la situación original. Constituye una confluencia enriquecedora y plural de enfoques y visiones que se inscriben en nuevas lógicas metodológicas, ajustadas a los nuevos paradigmas que atiendan a las agudas problemáticas del planeta y sus sistemas.

  • La combinación experimental y creativa de diversas técnicas y prácticas de la etnografía, en conjunto con otras que la IAP-MPs han ido sumando, nos acercan a dispositivos multidiversos de recursos para auscultar la dinámica y cambiante realidad social en un intento de construir colectivamente sus alternativas. Lo colectivo construido desde la participación de la pluralidad suma fortaleza a procesos investigativos para la acción, que deben discurrir al ritmo social de las necesidades y posibilidades de sus sujetos. Su orientación hacia el grupo extendido y la localidad los constituyen así en procesos de alta pedagogía hacia el autoaprendizaje y autogestión social de quienes los protagonizan. Por lo tanto, apuntan a construir conocimiento situado especialmente útil para la mejora social.

  • En ese sentido, las ECAP recogen con claridad las epistemologías centradas en la idea de sujetos para el cambio. Objetos de estudio, creencia en la neutralidad investigadora y la objetividad plena son superadas por la re-vinculación de la conexión investigación-acción inspirada en intentar intervenir la realidad mediante la búsqueda de una relación sujeto-sujeto, con un investigador/a que, como afectada/o por las problemáticas, aporta desde la facilitación metodológica hacia la comprensión de la complejidad contextual tratada. En ese sentido, se orienta hacia la conformación democrática y deliberada de un sujeto social colectivo que se identifica como un nosotros-otros basado en un anonimato colectivo que se plantea construir dinámicas de dignidad para compartir la realidad común.

  • Con nitidez, las ECAP se suman a la amplia corriente crítica que desde las ciencias sociales, con los claros aportes desde las experiencias de los movimientos y movilizaciones sociales, viene experimentando en las últimas décadas hacia una más profunda y comprometida comprensión de la realidad social. Desde el pluralismo metodológico a la investigación-acción en múltiples y contextuales propuestas metodológicas, se nutren de una ampliación de los marcos para prácticas que intervengan sobre una realidad común amenazada en diferentes planos. En ese sentido, entroncan con claridad con las epistemologías y metodologías del sur que acogen esa diversidad experimental, sobre todo desde los márgenes de los sistemas de dominación y sus afectadas/os. Desde ahí se plantea dar respuesta a diversas cuestiones: ¿cómo superar de forma absoluta el extractivismo metodológico sobre la información-acción que los/as afectados/as construyen? ¿Cómo constituirlas como herramientas útiles a las múltiples luchas por la inclusión, la horizontalidad y el reconocimiento social, para la autonomía de procesos propios? ¿Cómo conformarlas como estrategias que, distantes de la lógica vanguardista, avancen desde un nosotros anónimo hacia la construcción de espacios y dinámicas del procomún de las sociedades en que nos toca convivir?

  • La propuesta de ECAP permite la confluencia de experimentalidad y pluralismo metodológico especialmente orientado a la superación universalista y reglada de la investigación y planificación social. Así, construir itinerarios experimentales propios y contextuales cada vez, sentipensantes, relacionales, decolonizadores de las prácticas y los imaginarios, que permitan comenzar a experimentar la construcción de la sociedad y las relaciones sin género, enfocadas claramente en lo local, sustentables, creativos, y de construcción y reconstrucción de mundos de la vida comunes, constituyen rutas por las que transitar.

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Notas

1 Ante las diversas denominaciones de corrientes comunes que vinculan investigación-acción y participación (Investigación acción-participativa –IAP–, Participatory Action Research –PAR–, Pesquisa Participante, Socio-praxis, Procesos participativos para la creatividad social, entre otras), y pretendiendo dar cuenta de su evolución, para el presente texto se utilizará de ahora en adelante, y de forma genérica, la de IAP-MPs.

Recepción: 14 Marzo 2022

Aprobación: 30 Mayo 2022

Publicación: 01 Diciembre 2022

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