RELMECS, diciembre 2022 - mayo 2023, vol. 12, nº2, e116. ISSN 1853-7863
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro Interdisciplinario de Metodología de las Ciencias Sociales
Red Latinoamericana de Metodología de las Ciencias Sociales

Artículos

Marcos teóricos y metodológicos para el abordaje de Imaginarios y Representaciones Sociales

Laura Andrea Bustamante
Universidad Siglo 21 / Universidad Nacional de Córdoba, Argentina
María Laura Lesta
Universidad Siglo 21 / Universidad Nacional de Córdoba, Argentina
Cita sugerida: Bustamante, L. A. y Lesta, M. L. (2022). Marcos teóricos y metodológicos para el abordaje de Imaginarios y Representaciones Sociales. Revista Latinoamericana de Metodología de las Ciencias Sociales, 12(2), e116. https://doi.org/10.24215/18537863e116

Resumen: En la tarea de investigar sobre imaginarios y representaciones sociales invitamos a poner en diálogo y reflexión posibles estrategias teórico-metodológicas para su abordaje. Nos preguntamos: ¿cómo hacer conversar la vasta producción teórica moscoviciana y castoridiana con la teoría fundamentada? ¿Qué aportes puede realizar la teoría fundamentada al estudio de los imaginarios y las representaciones sociales? Ofrecemos en este artículo una síntesis de esas discusiones, en las que la teoría fundamentada se presenta como camino posible para abordar tanto representaciones sociales desde el marco teórico moscoviciano como imaginarios sociales desde el marco teórico castoridiano.

Palabras clave: Metodología, Imaginarios, Representaciones sociales.

Theoretical and methodological frameworks for dealing with Imaginaries and Social Representations

Abstract: In the task of investigating imaginaries and social representations, this article is an invitation to discuss and reflect on possible theoretical and methodological strategies to approach them. The questions addressed in the article are: how can the vast Moscovician and Castoridian theoretical production be brought into dialogue with grounded theory? What contributions can grounded theory make to the study of imaginaries and social representations? This article offers a synthesis of those discussions in which grounded theory is presented as a possible way to approach both social representations from the Moscovician theoretical framework and social imaginaries from the Castoridian perspective.

Keywords: Methodology, Imaginaries, Social representations.

Modelos teóricos e metodológicos para abordar imaginários e representações sociais

Resumo: Na tarefa de investigar sobre imaginários e representações sociais, convidamos você a discutir e refletir sobre possíveis estratégias teóricas e metodológicas para sua abordagem. Nós nos perguntamos: Como a vasta produção teórica de Moscovici e Castoriadis pode ser trazida à conversa com a teoria fundamentada? Que contribuições a teoria fundamentada pode fazer para o estudo de imaginários e representações sociais? Neste artigo, oferecemos uma síntese destas discussões nas quais a teoria fundamentada é apresentada como uma forma possível de abordar tanto as representações sociais da estrutura teórica de Moscovici quanto os imaginários sociais da estrutura teórica de Castoriadis.

Palavras-chave: Metodologia, Imaginários, Representações sociais.

Introducción

En la tarea de investigar sobre imaginarios y representaciones sociales nos invitamos a poner en diálogo y reflexión posibles estrategias teórico-metodológicas para su abordaje. Entendiendo las representaciones sociales, tal como propone Moscovici (1979), como tipos de creencias paradigmáticas, organizaciones de creencias, organizaciones de conocimiento y lenguaje, consideramos al sujeto como productor de sentidos, lo que implica necesariamente la adopción del paradigma interpretativo para la investigación de este fenómeno. Asimismo, entendemos que estas representaciones se encarnan en las instituciones, como indica Castoriadis (1993), condicionando y orientando las prácticas de los sujetos. Asumiendo que el acceso a los imaginarios se logra mediante las construcciones de sentido de las poblaciones objeto de estudio, entendemos que la metodología de investigación cualitativa es oportuna en esta búsqueda, puesto que permite recuperar en profundidad la voz de los sujetos, e inducir nociones y conceptos a partir de sus discursos. En este sentido, la teoría fundamentada es una estrategia que ofrece grandes ventajas interpretativas, y que al mismo tiempo presenta desafíos importantes. Permite generar abstracción a partir de las categorías más arraigadas a los datos, y proponer inferencias hipotéticas. Entonces, ¿cómo hacer conversar la vasta producción teórica moscoviciana y castoridiana con la teoría fundamentada? ¿Qué aportes puede realizar la teoría fundamentada al estudio de los imaginarios y las representaciones sociales? Ofrecemos en este artículo una síntesis de esas discusiones en las que la teoría fundamentada se presenta como camino posible para abordar tanto representaciones sociales desde el marco teórico moscoviciano como imaginarios sociales desde el marco teórico castoridiano.

Representaciones sociales e imaginarios sociales

Castoriadis (1993) afirma que el término “imaginario social” hace referencia a la concepción que se tiene sobre figuras/formas/imágenes de lo que se denomina realidad. Dicha realidad es construida por los propios sujetos, haciendo lecturas e interpretaciones según el momento histórico en el que esta construcción tiene lugar, razón por la cual se considera en el imaginario social una capacidad imaginante que genera una producción de significaciones colectivas que se transforman en el momento de su creación. El imaginario como producto de dicha capacidad imaginante, así como esta, es continuo, se modifica a partir de las experiencias y las prácticas, y por lo mismo no se conserva de manera estática en una sociedad. La amplitud y profundidad que tienen los imaginarios sociales se correlaciona con el sentido que cobran los actos en el propio mundo, y el modo en que se crean concepciones acerca del lugar que se ocupa en el tiempo, en el espacio, en la historia y con las otras personas. Entendemos, entonces, que los imaginarios sociales se resignifican permanentemente a lo largo de la historia y se materializan en las instituciones y en las leyes.

Toda sociedad crea su propio mundo, creando precisamente las significaciones que le son específicas (…) El papel de estas significaciones imaginarias sociales, su “función” ­usando este término sin ninguna connotación funcionalista- es triple. Son ellas las que estructuran las representaciones del mundo en general, sin las cuales no puede haber ser humano. Estas estructuras son cada vez más específicas: nuestro mundo no es el mundo griego antiguo, y los árboles que vemos más allá de esas ventanas no protegen, cada uno, a una ninfa, simplemente es madera, esa es la construcción del mundo moderno. En segundo lugar, ellas designan las finalidades de la acción, imponen lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer, lo que es bueno hacer y lo que no lo es: hay que adorar a Dios, o bien hay que acumular las fuerzas productivas -en tanto que ninguna ley natural o biológica, ni siquiera física, dice que hay que adorar a Dios o acumular las fuerzas productivas. Y, en tercer término, punto tal vez más difícil de delimitar, ellas establecen los tipos de afectos característicos de una sociedad. (Castoriadis, 1997, p. 158)

Representaciones del mundo, finalidades y afectos adquieren sentido, al decir de Castoriadis, en función de las significaciones imaginarias específicas de una sociedad.

Elucidación y autonomía en Castoriadis

Lo social va constituyéndose a partir del establecimiento de lo que es posible de ser pensado en una época determinada, es decir, de su statu quo, de lo “instituido”, en términos del autor. Pero estas configuraciones sociales admiten ciertos movimientos, ciertos cambios que son producidos por algunas fuerzas sociales que quiebran lo instituido para instituirse a posteriori y así convertirse en el nuevo statu quo. A estas fuerzas transformadoras, Castoriadis las llama lo “instituyente”. De esta manera, lo instituido y lo instituyente se van articulando para construir lo social, siempre a partir de las significaciones sociales que los sostienen. Por ejemplo, una manera interesante de pensar lo social en el mundo contemporáneo es a partir del concepto de “aldea global” como imaginario social de la globalización, idea que McLuhan y Powers (1996) construye a partir de la advertencia de que las nuevas tecnologías de la información y la comunicación han posibilitado la construcción de la idea o de la sensación de tener el mundo a la vuelta de la esquina. Significación que se comparte, se difunde, se universaliza, se establece y por lo tanto se instituye en el mundo actual. Mientras tanto, pareciera ser que el concepto de instituyente estaría relacionado con el concepto de autonomía, como la posibilidad de, la apertura a la discusión del orden social, a la ruptura de lo establecido, de lo que se impone. Para Castoriadis (1998), la autonomía corresponde a lo ideal, a lo deseado, ya que representa la posibilidad de la autoinstitución lúcida de la sociedad (que la sociedad pueda darse leyes propias y autocrear sus propios imaginarios, a través de individuos autónomos). El proceso de autonomía puede equipararse al de una ruptura ontológica, de la cual surja un nuevo “magma de significaciones”, en términos del autor: un conjunto de significaciones que pujan por aparecer en el espacio social y constituirse como imaginario. Podría pensarse que la idea de autonomía se opone a la de totalitarismo y que, por lo tanto, implica creatividad y crítica. Entonces, hay una relación entre los procesos de elucidación (indagar sobre cómo se han construido los discursos y los saberes sociales), autonomía (la autoinstitución lúcida) y cambio (la transformación del orden social). La heteronomía, como contracara de la autonomía, hace referencia a la alienación de los sujetos, a la etapa en la cual la sociedad en su imaginario cree que las leyes existen por sus antepasados (dioses), etapa en la que todo está instituido; entonces se ocultan las fuerzas que son fuentes de poder. El momento de heteronomía constituye, así, un momento de reificación en el cual nada se discute, los sujetos están atados a mitos que son desconocidos por ellos y piensan que las leyes son entelequias, que no han sido construidas por ellos. La reificación funciona como un principio organizador del comportamiento y de las relaciones humanas, momento de constante aparición de lo instituido en el cual la sociedad pierde la capacidad de pensar que puede haber alternativas instituyentes. En este marco, la autonomía representa a la sociedad que reflexiona, a la que puede romper con la alienación y así tomar contacto con las significaciones imaginarias sociales (y, sobre todo, conocer cómo se construyeron). Esto supone lo que autor indica como “cura analítica”. Cuando el imaginario se presenta como la posibilidad imaginaria de plantear una cosa del mundo a través de la representación, hablamos de “imaginario efectivo”, o sea de lo instituido, de la heteronomía, mientras que cuando aparece la posibilidad de hacer surgir como imagen algo que es posible de ser imaginado, estamos frente al “imaginario radical”, a lo instituyente, a la autonomía. De esta manera, autonomía y heteronomía se articulan en la construcción de los imaginarios sociales. A pesar de este planteo lejano a la tradición intelectual estructuralista, Castoriadis admite la existencia de la regularidad en la constitución de lo social, regularidad que se sostiene a partir de lo que él llama la “lógica conjuntista identitaria” (1999), pero advierte que ese orden no agota la realidad y que no debe perderse de vista la posibilidad creadora de los colectivos sociales, es decir: el imaginario social constituyente.

Para Castoriadis, el objeto de la creación humana son los sentidos, los significados que se condensan en el imaginario social o en las significaciones sociales imaginarias. Sentido que tiene orden (porque organiza el mundo de una determinada manera) y que catectiza (porque carga de valor a los objetos y a las representaciones). Si el imaginario, entonces, es capaz de producir realidad, es posible establecer una relación entre imaginario y autonomía, o “proyecto de autonomía” como prefería llamarla el autor, entendiendo que la imaginación es creación a partir de hacer explícito lo dado para tomar posición frente a ello. De ahí su preocupación por el fenómeno de la creación humana, como algo novedoso que no puede reducirse a lo que existía previamente, a lo que ocurre cuando hay una conclusión que supera a las premisas. Por lo tanto, la creación se convierte en un elemento clave para demostrar la autonomía de un sujeto o de una sociedad. Autonomía como un “auto-nomos”: darse leyes a sí mismo, no como el reino del deseo, no la espontaneidad bruta y ciega, sino la posibilidad de autoinstituirse. Aquí la acción humana, de modo lúcido, explícito, consciente, reflexivo, trata de transformar las instituciones para hacer a la sociedad más autónoma y a los individuos más autónomos, logrando una sociedad que es capaz, primero, de saber que sus leyes son su propia creación y no órdenes divinas o consecuencia de leyes naturales o de las leyes del mercado, y que puede, ya que es ella la que creó estas leyes, modificarlas si cree que esto es necesario o útil. Tal sociedad puede existir sólo si está formada por individuos autónomos. La autocreación como modo de ser implica un proceso de reflexión que, en términos de Castoriadis, se consigue cuando “el pensamiento se vuelve sobre sí mismo y se interroga, no sólo acerca de sus contenidos particulares sino acerca de sus presupuestos y fundamentos” (1998, p. 324). Presupuestos y fundamentos que le son brindados por la institución social (por el lenguaje, por ejemplo); es decir, y es lo más importante, no le pertenecen. Entonces, puede darse la verdadera reflexión cuando se critica a las representaciones socialmente instituidas. Cuando se da una fundamental conmoción y modificación de todo el campo histórico-social.

Lo social de las representaciones

Las representaciones sociales se encontrarían en un plano de significación social más superficial. Siguiendo a Jodelet (1984a), las representaciones son imágenes culturales emanadas de la interacción cultural en sociedad. Bajo esta lógica, las representaciones podrían ser tanto la punta del iceberg de algo que no podemos ver sin un ejercicio reflexivo-hermenéutico profundo de las bases de la sociedad (alude a un imaginario), como también la percepción aparente subjetiva y/o intersubjetiva frente a algo que interviene la realidad social. Es decir, una construcción a partir de la imagen y no desde lo imaginario (Segovia Lacoste, Basulto Gallegos y Zambrano Uribe, 2018). En consecuencia, se puede observar una complementariedad operativa de las nociones de representaciones e imaginarios.

Las representaciones sociales constituyen una forma de pensamiento práctico, orientado a comunicarse, comprender y dominar el entorno social, material e ideal (Jodelet, 1984a). Se caracterizan por su transversalidad, ya que se sitúan en la interfaz de los fenómenos individual y colectivo (Spink, 1993). “Nuestras representaciones también son instituciones que compartimos y que existen antes de que accedamos a ellas. Formamos nuevas representaciones a partir de las anteriores o contra ellas” (Moscovici y Marková, 1998, p. 124). Lo dicho marca una sutil diferencia entre esta teoría y la corriente hermenéutica, ya que aun cuando, como esta, asume que la realidad se construye socialmente y debe ser interpretada, la teoría de las representaciones Sociales resalta los condicionamientos que la realidad impone sobre el sujeto y sobre su forma de interpretar la realidad: la realidad social impone las condiciones de interpretación a los sujetos (Araya Umaña, 2002).

La posición socio-estructural y material que ocupan los sujetos definen su lectura de la realidad social y condicionan su visión de ella: enfatizamos así lo social de las representaciones. Al respecto, Jodelet (1984a) advierte que lo social está presente tanto en el contexto en que se sitúan los grupos o individuos, como en la comunicación que se genera entre ellos y en los códigos, valores, ideologías, propios de las posiciones sociales a las que pertenecen.

Moscovici, en su investigación fundante, se aboca a estudiar opiniones y actitudes hacia el psicoanálisis en Francia, analizando y explicando la manera en la cual una forma de conocimiento científico se constituye en un sistema de conocimiento de sentido común: “llegué a la conclusión de que, así como uno habla acerca de un sistema de conocimiento científico también puede hablar de un sistema de conocimiento de sentido común” (2008, p. 121). Para la construcción de su teoría, recupera la noción de mundo de la vida de Schutz. De tal noción tomó tres cuestiones básicas: 1) el carácter productor y no sólo reproductor del conocimiento en la vida cotidiana; es decir que nuestro conocimiento, más que reproducir algo preexistente, es producido de forma inmanente en relación con los objetos sociales que conocemos; 2) la naturaleza social de ese conocimiento que se genera a partir de la comunicación y la interacción entre individuos, grupos e instituciones; y 3) la importancia del lenguaje y de la comunicación como mecanismos en los que se transmite y crea realidad (Kornblit, 2007). De esta manera, Moscovici enfatiza el carácter social de las representaciones. Afirma que describir una representación como social implica asumir que es engendrada colectivamente. Al respecto, Jodelet (1984a) indica que la constitución de este conocimiento de sentido común se realiza a partir de las propias experiencias y también de las informaciones, conocimientos y modelos de pensamiento que se reciben y se transmiten a través de la tradición, la educación y la comunicación social, lo cual da cuenta de un conocimiento socialmente elaborado y compartido. Lo social interviene a través de: a) el contexto concreto en que se sitúan los individuos y los grupos; b) la comunicación que se establece entre ellos; c) los marcos de aprehensión que proporciona su bagaje cultural; y d) los códigos valores e ideologías relacionados con las posiciones y pertenencias sociales específicas (Jodelet, 1984a).

Al mismo tiempo, Moscovici advierte que, para reconocer su carácter social, también es necesario “poner el acento en la función a la que corresponde (…) la representación contribuye exclusivamente al proceso de formación de las conductas y de orientación de las comunicaciones sociales” (Moscovici, 1979, p. 51). De lo dicho se desprende la premisa acerca de la relación entre representaciones y práctica.

Lo social transforma un conocimiento en representación, y esta representación transforma lo social. En el estudio sobre cómo penetra el psicoanálisis en la sociedad, Moscovici observa dos procesos que muestran la interdependencia entre la actividad psicológica y sus condiciones sociales de ejercicio: la objetivación y el anclaje. La objetivación puede definirse como una operación formadora de imagen y estructurante (Jodelet, 1984a). Se trata de poner en imágenes las nociones abstractas. En el caso de una teoría, como es el psicoanálisis, se trata de un objeto complejo, por lo cual la objetivación se realiza en etapas: primero sucede una selección y descontextualización de ciertos elementos de la teoría, selección que se da en función de criterios culturales y normativos (tan solo se retiene aquello que concuerda con el sistema ambiente de valores). En segundo lugar, se forma un núcleo figurativo, que es la imagen de una estructura conceptual, en donde es posible observar los conceptos teóricos ubicados en un esquema gráfico que permite comprenderlos de manera individual y en sus relaciones entre sí. El tercer momento de la objetivación es la naturalización, en el cual este modelo figurativo adquiere estatus de evidencia. Una vez que eso ocurre, y el esquema se considera adquirido, integra los elementos de la ciencia en una realidad de sentido común.

Por su parte, el anclaje se refiere al enraizamiento social de la representación y de su objeto (Jodelet, 1984a). El proceso de anclaje articula la función cognitiva, de integración de la novedad, la función de interpretación de la realidad y la función de orientación de las conductas y las relaciones sociales. Al mismo tiempo, las modalidades del proceso de anclaje permiten comprender cómo se da significado al objeto de representación, cómo se utiliza la representación en tanto que sistema de interpretación del mundo y cómo se integra la representación dentro de un sistema de recepción.

Objetivación y anclaje mantienen una relación dialéctica, a partir de la cual es posible explicar la secuencia lógica de un modo de representación: hacer familiar lo que era nuevo, un proceso a través del cual los individuos o grupos se involucran en imágenes reales, concretas y comprensibles tomadas de la vida cotidiana con los nuevos esquemas que se presentan y con los que tiene que lidiar (Losada, 2014).

Al inicio de su libro, Moscovici (1979) define las representaciones sociales como

entidades casi tangibles. Circulan, se cruzan y se cristalizan sin cesar en nuestro universo cotidiano a través de una palabra, un gesto, un encuentro. La mayor parte de las relaciones sociales estrechas, de los objetos producidos o consumidos, de las comunicaciones intercambiadas están impregnadas de ellas. (p. 27)

Esta caracterización anticipa la complejidad del concepto y lo vasto de las corrientes que surgirán a partir de esta propuesta. Al referirse a los modos de asir metodológicamente la representación social, afirma que esta se muestra como un conjunto de reacciones, evaluaciones emitidas en una u otra parte durante una encuesta o una conversación. Se refiere a esto como el nivel más superficial de las representaciones. Por su parte, Jodelet (1984a) afirma que las representaciones sociales se presentan como

imágenes que condensan un conjunto de significados, sistemas de referencia que nos permiten interpretar lo que nos sucede e incluso dar un sentido en lo inesperado, categorías que sirven para clasificar las circunstancias, los fenómenos y a los individuos con quienes tenemos algo que ver, teorías que permiten establecer hechos sobre ellos. (p. 472)

Se comprende, entonces, la función de las representaciones sociales en la interpretación de la realidad cotidiana, constituyéndose en una forma de pensamiento de sentido común, de pensamiento práctico “orientado hacia la comunicación, la comprensión y el dominio del entorno social material e ideal” (Jodelet, 1984a, p. 474).

Dentro de la mirada psicosocial desde la que nos ubicamos nos interesa comprender el entrecruzamiento entre los condicionamientos del contexto y la subjetividad, por parte de un sujeto siempre situado. La teoría de las representaciones sociales es adecuada para hacer inteligible la subjetividad individual y social (Perera Pérez, 2003) y ofrece el andamiaje conceptual y metodológico necesario y pertinente para identificar y analizar ideas, valores, creencias y expectativas puestas en juego por ciertos sujetos acerca de un objeto.

Thematas e imaginarios

En la búsqueda de hacer dialogar la propuesta de Castoriadis (1993) con la de Moscovici (1979), consideramos que el concepto de themata constituye un punto central a revisar, previendo una posible articulación entre ambas teorías. Moscovici propone el concepto de themata sobre la base de la propuesta de Holton, afirmando que el germen de una representación social se forma a partir de ciertas nociones centrales de conocimiento que existen en la memoria colectiva de una sociedad. La comprensión de nuestro mundo, y por ello la construcción de las representaciones sociales, se organiza en función de pares dialógicos, oposiciones binarias (Moscovici y Vignaux, 1994, en Gattino, Miglietta, Ceccarini y Rollero, 2008, p. 10) que en ciertos casos se expresan en forma de máximas y metáforas. Esto justifica el valor dado por Jodelet (1984b) a los refranes como fuente de procedencia de la información. Luego, Marková (2003) agrega que las taxonomías dialógicas se relacionan con la idea de que las categorías en el pensamiento social están integradas con su respectiva antinomia, entre las cuales existen una interdependencia y tensión mutuas. La autora afirma que necesitamos entender que la mente no es un mecanismo sin historia, sino que se constituye histórica y culturalmente y a partir de la comunicación, la tensión y el cambio. Entonces, el cambio, que siempre ha sido analizado como lo que debería resolverse para lograr la estabilidad, en realidad es una necesidad. Para que un organismo esté vivo debe entrar en conflicto y tensión consigo mismo, y debe tener fuerza para endurecer ese conflicto y esa tensión, porque las antinomias son recursos de movimiento y vitalidad. Es decir, a lo largo de la historia y en diferentes culturas, el pensamiento se presenta en polaridades, oposiciones diádicas y antinomias que generan un conflicto necesario. (Marková, 2015). Indica la autora que, en el marco de la teoría de las representaciones sociales, las oposiciones diádicas, es decir, las ideas fuente de los temas, son parte del sentido común y se establecen en y a través de la experiencia vivida durante generaciones: operan a un nivel no consciente y no son observables; son implícitas.

Cómo acercarnos, cómo asir las representaciones y los imaginarios sociales es la pregunta que nos convoca en este trabajo. En función de lo que hemos descrito, podemos afirmar que es necesario un ejercicio hermenéutico para abordar metodológicamente ambos conceptos.

Abordajes metodológicos de las representaciones sociales y los imaginarios

La propuesta moscoviciana surge en el año 1961 y cobra vuelo en esa década y en las siguientes, lo que dio lugar a diferentes enfoques teóricos y metodológicos. El propio Moscovici, en la reedición de su texto en el año 1979, afirma: “Desde la primera edición se le han dedicado al tema muchos estudios, tanto de campo como de laboratorio. Considero especialmente los de Chombart de Lauwe, Hertzlich, Jodelet, Kaes, por un lado, y los de Abric, Codol, Flament, Henry, PGcheux, Poitou, por otro” (Moscovici, 1979, p. 9).

Moscovici puntualiza, así, las dos líneas fundamentales de investigación, que se desprenden de la propuesta teórica de su trabajo y que reconocemos bajo la denominación de enfoque estructural y enfoque procesual. Para la comprensión de estos dos enfoques es preciso recordar que las representaciones sociales, son pensamiento constituyente y a la vez pensamiento constituido. Es decir, al ser parte de la realidad social, contribuyen a su configuración y producen en ella una serie de efectos específicos. Pero también, contribuyen a construir el objeto del cual son una representación (Ibañez, 1988). Podemos afirmar, entonces, que el aspecto constituyente de las representaciones sociales puede ser entendido en términos de proceso, mientras que el aspecto constituido se entiende como los productos o contenidos representacionales. Por lo tanto, el enfoque procesual se centra fundamentalmente en el primer aspecto, mientras que el enfoque estructural se centra en el segundo. El enfoque procesual descansa en postulados cualitativos y privilegia el análisis de lo social, de la cultura y de las interacciones sociales, mientras que el estructural privilegia el funcionamiento cognitivo y el del aparato psíquico, y para ello recurre al método experimental y a diversos análisis multivariados (Araya Umaña, 2002).

Si bien son dos enfoques claramente diferenciados, no son excluyentes, ni plantean dicotomía alguna. En todos los casos, la preferencia del investigador por uno u otro radica en las preguntas de investigación que se han planteado y en la naturaleza del objeto de representación. Se presume, desde el enfoque procesual, que, siendo el individuo productor de sentido, las representaciones sociales deben ser abordadas hermenéuticamente (Gastrón, 2013; Baeza, 2022). El enfoque procesual se caracteriza por adoptar un enfoque hermenéutico centrado en la diversidad y en los aspectos significantes de la actividad representativa, enmarcándose en diseños cualitativos. Sperberger (1989, en Spink) afirma que la psicología social define las representaciones sociales como elementos centrales de la comunicación. Podemos asumir, entonces, que el estudio de las representaciones sociales significa el estudio del lenguaje y la comunicación (Moscovici y Marková, 1998), debido a que las representaciones sociales son construcciones elaboradas durante intercambios comunicativos y durante la interacción (Castorina y Kaplán, 1998). Esta forma de elaboración es lo que le da su carácter de social.

Citando a Deutsher (1979), Banchs afirma que el abordaje inicial de las representaciones, es decir, el propuesto por el mismo Moscovici, comparte diversas características con el interaccionismo simbólico. Jodelet continúa en esta línea, definiendo los postulados del enfoque procesual y, más tarde, Mary Jane Spink (1994, citado en Banchs, 2000) orienta su enfoque hacia una postura socioconstruccionista, entendiendo el proceso de elaboración de las representaciones sociales como un proceso social y no cognitivo. Su interés pasa por la reinterpretación continua que emerge del proceso de elaboración de las representaciones sociales en el espacio de interacción (Spink, en Banchs, 2000). Asimismo, la teoría de las representaciones sociales es considerada como metodológicamente pluralista (Petracci y Kornblit, 2007) y politeísta (Castorina y Barreiro, 2012). Las decisiones metodológicas responden a la naturaleza del objeto abordado.

Por su parte, para comprender la manera en la cual pueden abordarse los imaginarios sociales es necesario desplegar algunas caracterizaciones.

Losada (2014) indica que, cuando Castoriadis se enfoca en la imaginación y lo imaginario, invierte el procedimiento tradicional, propio de la cultura occidental. Afirma que se trata de una inversión en primer lugar ontológica, ya que la imaginación y lo imaginario pertenecen al orden constitutivo de lo humano; una inversión antropológica, porque implica pensar el ser como un fluir, un río, magma, en constante transformación, y considerar lo histórico-social como autocreación. Y, finalmente, una inversión epistemológica, puesto que implica invertir un tipo de conocimiento tradicional, que reduce el elemento humano a lo físico y lo biológico. Los imaginarios se han abordado desde el campo de la socio-semiótica. El imaginario social se manifiesta en lo simbólico (el lenguaje) y en el accionar concreto entre los sujetos en la praxis social (Gómez, 2001). No es la suma de todas las imaginaciones o imaginarios individuales; no es tampoco un producto acabado y pasivo, sino que se organiza como una compleja red de relaciones sobre la que se sostienen los discursos y las prácticas sociales. En este sentido, Marc Angenot (2010) pone énfasis en lo ideológico, concibiendo que toda verbalización es una marca de las maneras de conocer y de representar que una sociedad tiene en un momento determinado de la historia. Y que, por lo tanto, todo lo que se enuncia en una sociedad reproduce o transforma modelos preconstruidos. Por eso es posible, para este autor, decir que existen ambientes de doxas, estados de sociedad con límites para decir y pensar. La hegemonía en este planteo aparece como una fuerza que va generando esquemas unificadores y reguladores de las retóricas, los tópicos y las doxas que permiten que una sociedad se objetive en sus textos. Angenot toma los discursos como una dimensión de la cultura, en la que se vuelven hegemónicos en tanto se benefician de las lógicas dominantes de la cultura para imponerse y difundirse. El autor explica esta idea con la siguiente analogía:

La hegemonía designa entonces un grado anterior de abstracción que el de la descripción de los discursos: mutatis mutandis, ella es a las producciones discursivas y dóxicas lo que los paradigmas (de Kuhn) y las epistemes (de Foucault) son a las teorías y doctrinas científicas, que prevalecen en una época dada: un sistema regulador que predetermina la producción de formas discursivas concretas (Angenot, 2010, p. 30).

En esta propuesta, el discurso social es mucho más que un conjunto de significantes: es más bien un constructor de lo real, ya que representa, identifica e instituye mundos; un rector axiológico, ya que legitima, valoriza y clasifica lo circundante, y un comandante, ya que hace actuar, sugiere y dicta reglas. Entonces, para analizar discursos desde esta perspectiva es necesario concebir que el acto de enunciar consiste en enviar algo al universo de los decires posibles atravesando tres barreras: la del lenguaje, la del pensar dentro de la cosmovisión reinante y la del decir algo aceptable porque el destinatario está en condiciones de recibirlo (Angenot, 2010). Y para abordarlo, el autor sugiere adentrarse en las piezas discursivas para encontrar los mecanismos reguladores que homogeneizan sus retóricas, sus tópicos y sus doxas.

Puntos de encuentro entre la propuesta de Moscovici y la de Castoriadis

Castoriadis construye una teoría en la que concibe la imaginación como fuerza creadora de lo real y de lo socio-histórico, en la que psique y sociedad son irreductibles. Lo social es concebido como algo inseparable de lo histórico. Sociedad e historia no tienen existencia por separado y se dan en un proceso que va de lo instituido a lo instituyente, y viceversa (Banchs, 2007).

Losada (2014) destaca algunos puntos de encuentro entre la propuesta de Castoriadis y la de Moscovici. Indica el autor que el pensamiento de Castoriadis integra, no se limita a yuxtaponer diferentes tipos de conocimiento; y que esta característica de interdisciplinariedad es algo que la teoría de Castoriadis tiene en común con la de Moscovici, quien utiliza otros tipos de conocimiento para establecer un nuevo paradigma para la psicología social.

Además de la interdisciplinariedad, el autor afirma que en ambas teorías se conciben el sujeto y lo social como inseparables e irreductibles. Para Castoriadis, el sujeto y lo social son inseparables; uno no puede ser pensado sin el otro. Al mismo tiempo, son irreductibles; uno no deriva del otro y ambos son autónomos. La sociedad no se deriva de la psique. La psique no crea instituciones. El inconsciente no crea ley. La psique no crea lenguaje, recibe lenguaje de afuera, y con él, significaciones sociales imaginarias. La sociedad se constituye en y por el imaginario social, que actúa dentro del colectivo anónimo (Losada, 2014).

Esta preocupación por entender el sujeto y lo social como inseparables está presente también en la teoría de Moscovici, quien reacciona al paradigma de la psicología estadounidense de carácter cognitivista y experimental, que considera al sujeto un mero receptor (o procesador) de estímulos que le llegan del exterior.

Lo que distingue a ambas teorías es la perspectiva teórica de sus autores: Castoriadis, como filósofo, considera la imaginación y lo imaginario en un nivel más abstracto. Mientras que Moscovici construye el mundo de la representación social en la esfera de la psicología social. Tal como indica Moscovici, “cada representación realmente social integra en el conocimiento la cara de las cosas y libera a cada individuo del temor de invisibilidad del mundo en el que vive, es decir del tabú poderoso de la imaginación” (2007, p. 10).

La representación social incluye una dimensión funcional, que le da consistencia, y una dimensión simbólica, que vincula significados y significantes. Losada afirma que ambas dimensiones no existirían sin un tercer elemento creativo, el imaginario, que las instaura en una red de relaciones de significados sociales de una sociedad determinada. Se trata del nivel más profundo del tejido social, en el que opera un núcleo generador de sentido, alrededor del cual emerge un grupo social que organiza la vida.

Banchs (2007) agrega que, comparando las posturas de Moscovici y Castoriadis en relación con la subjetividad, ambos autores entienden que esta no puede ser concebida como individual sino como social, o, como refieren múltiples autores, en términos de intersubjetividad:

Moscovici se ubica frente a la pregunta del origen de nuevos conocimientos en el aquí y el ahora, único espacio en que lo posible, lo imaginado, lo inexistente puede llegar a ser, a hacerse presente; por su parte, Castoriadis se ubica en la dimensión histórico social, identificando en el origen del origen social lo que da lugar al ser humano, a la sociedad y al individuo social. (Banchs, 2007, p. 85)

Al mismo tiempo, la autora pone en relieve los puntos de encuentro entre estas teorías y el enfoque etnográfico, tanto en cuanto al objeto de estudio como en el tipo de abordaje al realizar estudios empíricos.

En cierto sentido podemos inferir de estos supuestos teóricos que comparten semejanzas con el enfoque etnográfico, no sólo porque la etnografía se ocupa del estudio de los pueblos, su cultura, y de sus producciones materiales en las que se inscriben prácticas sociales y modos de vida, sino y sobre todo, porque convocan, a los fines de trabajos empíricos, a un abordaje abierto, holístico y emergente del objeto o caso bajo estudio. (Banchs, 2007, p. 85)

Arruda también encuentra puntos coincidentes entre la profundización teórica sobre el imaginario y sobre las representaciones sociales, los cuales están vinculados a la crisis de paradigmas: “la legitimación de temas, sujetos y formas de pensar desprestigiados por la ciencia hasta entonces, el deshielo de las barreras que consolidaban dicotomías tales como razón y emoción, sujeto y objeto etc., el interés por los métodos cualitativos” (Arruda, 2020, p. 40). Arruda afirma que, en la investigación sobre representaciones sociales, el imaginario se expresa en las imágenes que se crean por intermedio de los procesos de anclaje y objetivación, a los que hemos hecho referencia anteriormente. Este proceso implica un ejercicio de imaginación destinado a darle sentido a lo no-familiar. De tal manera, la autora entiende que la producción de sentido es un proceso creativo, en el cual el imaginario social se vuelve uno de los recursos para tal producción, ofreciendo el terreno para el anclaje de lo desconocido, o para el tratamiento de lo intraducible.

Aportes de la teoría fundamentada al estudio de las representaciones sociales y los imaginarios

Como indicamos anteriormente, el interaccionismo simbólico ofrece las bases para un abordaje en profundidad de representaciones sociales e imaginarios. Las premisas sobre las cuales Mead (1972) construye su teoría del interaccionismo simbólico están ligadas a la afirmación de Peirce (1987), quien reconoce la existencia de un principio comunicativo en la construcción social de una realidad sígnica. Aliaga Sáez y Ramírez Camargo (2022) indican que, en términos metodológicos, en cuanto a la investigación en imaginarios, dicho principio se traduce en el acceso a las construcciones de sentido a través de la interacción, de las acciones y de los hábitos de lo investigado. Por su parte, Baeza (2022) afirma que, si los imaginarios son asequibles mediante el lenguaje simbólico, la cuestión primera es, entonces, dirigir el análisis hacia la producción discursiva, hacia la pretensión subjetiva de comunicación de significaciones y sentidos presuntamente objetivados.

La teoría fundamentada, o grounded theory, es desarrollada por Glaser y Strauss (1967), partiendo de un principio emancipador de los contextos. En esto, el investigador se distancia de cualquier intento de verificar teorías previas (y, en consecuencia, de pretensiones de acomodar la realidad social a la bibliografía), y se introduce en el fenómeno social para generar una nueva teoría enraizada y construida desde los datos (Aliaga Sáez y Ramírez Camargo, 2022).

Para construir teoría enraizada en los datos, este enfoque utiliza como estrategia de análisis la Codificación Abierta; es decir, un proceso analítico por medio del cual se identifican los conceptos y se descubren en los datos sus propiedades y dimensiones. En primer lugar, se procede a conceptualizar, etiquetar. Lo que se logra a partir de este procedimiento es una representación abstracta de un acontecimiento, objeto o acción/interacción que el investigador identifica como significativo en los datos; en segundo lugar, se realiza un microanálisis; y finalmente se categoriza, lo cual implica agrupar estos conceptos en categorías que agrupen los conceptos emergentes de los datos. La Codificación Axial permite relacionar las categorías con sus subcategorías; se denomina “axial” porque la codificación ocurre alrededor de un eje de una categoría, y enlaza las categorías en cuanto a sus propiedades y dimensiones, mientras que en la Codificación Selectiva se integra y se refina la teoría. La integración surge de articular las categorías y las hipótesis elaboradas en la codificación axial con una categoría central o medular.

En ambas codificaciones, se utiliza el método comparativo constante, que permite codificar los datos obtenidos al mismo tiempo que se desarrolla teoría: nuevas categorías de mayor abstracción y sus propiedades, relaciones e hipótesis. De esta forma, permite generar teoría de manera sistemática y ayudar, al investigador que se lo propone, a hacerlo de tal manera que ésta sea integrada, consistente, plausible y cercana a los datos (Jones, Manzelli y Pecheny, 2007). Este procedimiento implica que cada incidente surgido en el material discursivo es comparado con otro o con propiedades de una categoría, para advertir la mayor cantidad de similitudes y diferencias posibles. Entiéndase este procedimiento como un método de generar teoría de manera inductiva.

Glaser y Strauss (1967) definen cuatro etapas (que incluyen ciertas actividades) del método de comparación constante: 1) comparar incidentes aplicables a cada categoría; 2) integrar categorías y sus propiedades; 3) delimitar la teoría; y 4) escribir la teoría.

En la primera etapa, a medida que el investigador analiza el material discursivo relevado, codifica cada incidente (es decir, cada acontecimiento relevante) dentro de una categoría. Cada acontecimiento diferente da origen a una nueva, por lo cual estas serán múltiples. De esta manera, emergen categorías a partir del procedimiento de Codificación Abierta, la cual consiste en “dar una denominación común a un conjunto variado de fragmentos de entrevista (u otros fragmentos de datos significativos) que comparten una misma idea” (Jones, Manzelli y Pecheny, 2007, p. 52). De este procedimiento surgen propiedades teóricas, relaciones y conflictos entre categorías. Al mismo tiempo, y una vez transitado el análisis inicial, es necesario realizar un análisis intensivo de algunas categorías que, por ser comunes a todos los estratos o aparecer de manera muy recurrente, resultan significativas. Luego se realiza la Codificación Axial, esto es: “un análisis intensivo alrededor de una categoría que revele las relaciones entre esa y otras categorías o subcategorías, avanzando así al momento siguiente de integración de categorías y propiedades” (Jones, Manzelli y Pecheny, 2007, p. 52). Mediante este proceso, se intenta explicar y comprender el fenómeno en cuestión a través de la menor cantidad posible de categorías y conceptos. En la etapa de integración de categorías y delimitación de la teoría, el investigador busca ejes de sentido (al hablar de relatos, mencionamos los ejes que utilizamos), que le permitan esbozar conceptos.

A medida que el investigador realiza una y otra vez los anteriores puntos descritos, las modificaciones que va realizando a la teoría que ha ido generando son cada vez menores. De esta forma, la teoría se delimita y se solidifica. El investigador descubre así relaciones subyacentes en el conjunto original de categorías o en sus dimensiones y formula luego la teoría con un conjunto más pequeño de categorías de alto nivel, delimitando su terminología y su texto. La delimitación de la teoría implica, entonces, reducir la lista original de categorías de codificación. Ello implica que se consideran, codifican y analizan los incidentes de manera cada vez más selectiva y focalizada. Aquí se fortalece la codificación selectiva, que apunta mediante la comparación constante a la búsqueda deliberada y sistemática de categorías centrales. Una categoría central integra la teoría y la hace densa, dado que está relacionada con la mayoría de las otras categorías. Para definir una categoría como central es necesario asegurarse de que las otras categorías se relacionen con ella, aparezca con frecuencia en los datos, se denomine mediante un nombre abstracto y permita explicar tanto el asunto central como los casos contradictorios o alternativos.

Finalmente, el investigador cuenta con los datos codificados en categorías y sus dimensiones, las categorías centrales que integran a las demás y sus anotaciones en memos. Estos memos contienen las reflexiones del investigador, los supuestos arriesgados en el momento en que analizaba los datos, las relaciones establecidas entre las categorías y el contenido que se esconde tras las categorías centrales.

Quien adopta esta postura busca, entonces, captar los significados atribuidos en el circuito de la acción, evitando predefinirlos antes de investigar (Cipriani, 2013). De acuerdo con la propuesta castoridiana, objeto y sujeto son simultáneamente instituidos por el imaginario social; las determinaciones de las representaciones del objeto nos permiten hablar del objeto, pero son transitorias (Castoriadis, 1989). Esta configuración transitoria que se da con diferentes grados de estabilidad y alcance marca una necesidad metodológica. Según Aliaga Sáez y Ramírez Camargo (2022, p. 189),

para poder dar cuenta de su alcance sería necesario hacer estudios comparativos o longitudinales. No obstante, la teoría fundamentada, dentro de la codificación abierta, propone como estrategia la conceptualización a partir del microanálisis y la interpretación; esto implica cuestionarse por el rango de significados potenciales.

Partiendo de la premisa de que el acceso a los imaginarios sólo se logra mediante las construcciones de sentido de las poblaciones objeto de estudio, se sugiere trabajar desde su perspectiva y voz, para que las conceptualizaciones emerjan de los datos aportados por las y los participantes, sin olvidar que la construcción de teoría implica un proceso de análisis interpretativo de los datos tomados de los discursos de los participantes. Entendemos que, al aplicar los procesos de codificación y categorización de la teoría fundamentada, logramos caracterizar el entramado de significaciones, a partir de las cuales se otorga sentido a la realidad social. Por ello, afirmamos que la teoría fundamentada permite articular, en el desarrollo de la investigación, la identificación del contenido de la Representación, las relaciones entre sus elementos y la determinación y control del núcleo central, enfatizando en la relación entre estructura y proceso. Esto implica una superación de la disyunción que se percibe entre los enfoques procesual y estructural, y que no sólo se expresa teóricamente sino también metodológicamente —mientras unas investigaciones se concentran en aspectos procesuales de las representaciones sociales, otras se ocupan fundamentalmente de la estructura y la jerarquía de las representaciones y su carácter central periférico— (Alveiro Restrepo-Ochoa, 2013).

Mediante la identificación de la categoría nuclear, la Teoría Fundamentada permite definir aquellas estructuras profundamente arraigadas y estables que constituyen el núcleo central de la Representación, pero al mismo tiempo es sensible a las condiciones que mantienen o modifican el contenido o la estructura de las Representaciones en razón de las relaciones y de las prácticas en las que se encuentran inmersas las personas. De este modo, la Teoría Fundamentada es coherente con la naturaleza dialéctica de las Representaciones Sociales en lo que respecta a su estabilidad y su dinámica. (Alveiro Restrepo-Ochoa, 2013, p. 132)

En definitiva, dado que nos interesa acercarnos a la interacción intersubjetiva simbólicamente mediada, la teoría fundamentada ofrece la posibilidad de trabajar con tópicos emergentes y subyacentes en los textos, que nos permiten acceder a los principios orientadores de sentido.

A modo de cierre

La tarea de investigar sobre imaginarios y representaciones requiere un trabajo teórico riguroso, que permita la definición de precisiones conceptuales y habilite la operacionalización de dichos conceptos. En el desarrollo de este artículo nos ocupamos de precisar los postulados de las teorías moscoviciana y castoridiana, referenciando puntos de contacto entre ellas. Al mismo tiempo, revisamos los abordajes metodológicos mediante los cuales es posible investigar imaginarios y representaciones sociales, enfatizando en el paradigma interpretativo y postulando la estrategia de investigación cualitativa como posibilidad de recuperar en profundidad la voz de los sujetos, e inducir nociones y conceptos a partir de sus discursos.

En este sentido, respecto de nuestra respuesta a la pregunta sobre qué aportes puede realizar la teoría fundamentada al estudio de los Imaginarios y las representaciones sociales, consideramos que el mayor aporte es ofrecer un enfoque que nos invita a inducir, que pone en relieve la palabra de los sujetos por encima de las teorías previamente adquiridas, y que, por su método, posee un dinamismo inmanente, apropiado para el abordaje de los imaginarios y las representaciones sociales.

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Recepción: 21 Mayo 2022

Aprobación: 29 Septiembre 2022

Publicación: 01 Diciembre 2022

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