RELMECS, junio - noviembre 2023, vol. 13, nº1, e130. ISSN 1853-7863
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro Interdisciplinario de Metodología de las Ciencias Sociales
Red Latinoamericana de Metodología de las Ciencias Sociales

Reseñas

De Comte a Bourdieu, en contra de la unidad de método: los derroteros de la epistemología histórica francesa

Reseña de Ienna, G. (2023). Genesie sviluppo dell’ épistémologie historique. Fra epistemologia, storia e politica. Lecce y Rovato (BS): Pensa MultiMedia, 379 páginas

Denis Baranger

Universidad de Misiones , Argentina
Cita sugerida: Baranger, D. (2023). De Comte a Bourdieu, en contra de la unidad de método: los derroteros de la epistemología histórica francesa [Revisión del libro Genesie sviluppo dell’ épistémologie historique. Fra epistemologia, storia e politica por G. Ienna]. Revista Latinoamericana de Metodología de las Ciencias Sociales, 13(1), e130. https://doi.org/10.24215/18537863e130

Algunos de los lectores de El oficio de sociólogo1 se habrán sorprendido al comprobar que esa obra, la cual el mismo Bourdieu definía como “un manifiesto antipositivista”,2 se iniciaba con una advocación a Auguste Comte, el autor del Cours de philosophie positive. Para encontrar respuesta a esta aparente contradicción, pero, sobre todo, para conocer más acerca de los orígenes y el desarrollo de una rica tradición alternativa al mainstream epistemológico de cuño anglosajón, el libro de Gerardo Ienna debería estar llamado a interesar a más de uno.

No conozco que ningún texto semejante haya sido producido anteriormente, ya sea en Francia o en otra parte. Lo que se nos ofrece es una visión amplia del campo de la epistemología histórica francesa y de sus relaciones con otras tradiciones. Es que, en efecto, ocurre con la epistemología como con las disciplinas sociales, en las cuales las diferencias paradigmáticas que devienen de la situación de pluralismo teórico que les es inherente se combina con las peculiaridades propias de las diversas tradiciones nacionales.

Una mirada externa sobre el campo brinda en ocasiones la posibilidad de producir una descripción superadora de los intentos llevados a cabo por los participantes directos en él. Es el caso de Ienna quien, desde su posición de outsider, y en tanto tal ajeno a las urgencias de la lucha, se encuentra en condiciones de objetivarlo en una visión de conjunto.

El libro está estructurado en tres partes. La primera, de carácter más histórico, se titula “Socio-génesis de un campo intelectual”, y versa sobre las figuras que en sucesivas etapas contribuyeron a la constitución del ese campo; la segunda, “Torsiones y pliegues”, apunta a los núcleos conceptuales de esta tradición, y la tercera trata acerca de “La socialización y politización de la épistémologie historique”. Desde ya, es imposible hacer justicia en unas pocas páginas a la totalidad de las temáticas y de los autores abordados en esta obra prolíficamente documentada, por lo que me limitaré a reseñar algunos aspectos que considero más relevantes para las ciencias sociales.

En el inicio, para construir su objeto, Ienna se vale de la etiqueta de épistémologie historique (EH) utilizada por Dominique Lecourt y Georges Canguilhem como categoría historiográfica (p. 24), lo que le permite pensar en los grandes ejes que constituyen dicho campo. De lo que se trata no es de determinar las condiciones necesarias y suficientes para decidir sobre la inclusión de autores en ese universo, sino que se apunta más bien «a un análisis de las tensiones teóricas generales de los debates dentro de los cuales esos autores han intervenido» (p. 25). Desde su origen, la EH está concebida como «un programa de investigación que se distingue netamente del programa logicista anglo-americano relativo a la búsqueda de los principios y de las condiciones generales del saber científico» (p. 62).

Sin desconocer los usos -no siempre coincidentes- de la denominación historical epistemology por parte de Marx Wartofsky, Ian Hacking, Arnold Davidson o de autores de la Escuela de Berlín ligados al Instituto Max Planck, la elección de la lengua francesa para expresar el sintagma le permite a Ienna circunscribir el alcance de su investigación, definiendo un canon que encontrará su culminación en las figuras señeras de Bachelard, Canguilhem y Foucault.

En el segundo capítulo de la primera parte se muestra cómo esta tradición epistemológica encuentra su origen en el positivismo de Comte, «uno de los primeros autores que afirmó claramente le necesidad de integrar la reflexión epistemológica con la reconstrucción histórica del pensamiento científico (y viceversa), y que por esta razón es ampliamente considerado como uno de los padres de la épistémologie historique» (p. 28). Aquí es fundamental tener presente que el pensamiento de Comte sobre las ciencias poco tiene que ver con las tesis centrales del neopositivismo anglo-sajón originado en el pensamiento de Ernst Mach y desarrollado por el Círculo de Viena y sus continuadores, que dieron lugar a la llamada concepción heredada.3 En especial, la perspectiva de la ciencia unificada y la entronización de la física matemática como canon metodológico eran ideas por completo ajenas a Comte. Como bien señaló Johann Heilbron, Comte sostenía una teoría diferencial de la ciencia en la cual «en vez de seguir un modelo uniforme y un único método, cada ciencia fundamental posee sus propios métodos y procedimientos de investigación».4

Ienna, al relatar en detalle las relaciones mantenidas por los filósofos franceses de la ciencia con sus pares extranjeros, recupera la circunstancia del Congrès Descartes de París en 1937 con su sesión dedicada a L’unité de la science presidida por Bachelard, quien se abstuvo de intervenir en el debate por su total desacuerdo con esa idea (p. 51). En ese encuentro tenían lugar «las primeras expresiones de lo que en años sucesivos tomaría la forma del analytic-continental divide» (p. 52).

Sin duda, la figura más conocida de la EH ha sido Gaston Bachelard, pero no menos importante es la de Georges Canguilhem, su discípulo y continuador institucional. A Canguilhem, quien heredó de Bachelard la cátedra de Epistemología e Historia de las Ciencias en la Sorbona, la dirección del Instituto de Historia y de Filosofía de las Ciencias y de las Técnicas y la decisiva función de presidente del jurado de la agrégation de Filosofía, es usual reconocerlo, asimismo, como el maestro de Foucault. Empero, según Ienna, sería un error reducir el papel de Canguilhem al de un simple mediador generacional (p. 73), razón por la cual elige hablar de “bachelardo-canguilhemismo” para designar el núcleo de la EH.5 En efecto, «la circulación de las ideas del primero en muchas ocasiones fue recibida bajo la forma de una hibridación con las posiciones histórico-epistemológicas propuestas por el segundo» (p. 84).

Si bien Bachelard abogaba de derecho por el pluralismo metodológico y filosófico, es un hecho que se dedicaba sobre todo a la epistemología de la Física. Canguilhem, por su parte, llevando a cabo sus trabajos principales en el campo de la medicina y de la biología, hizo variar el eje de la EH de la física matemática hacia las ciencias de la vida, y así fue el primero en legitimar la posibilidad de una EH aplicada a las ciencias sociales, «preparando el terreno para aportes como los de Foucault, Althusser y Bourdieu que comenzaron a emerger en los años ‘60» (p. 237).6

La segunda parte del libro se propone arrojar luz sobre la especificidad del programa intelectual de la EH abordando las tomas de posición teóricas de sus integrantes en los principales debates epistemológicos a nivel tanto francés como internacional (p. 83).

Lejos de una postura prescriptiva, «la EH no se plantea como objetivo indicarles a las prácticas científicas los requisitos que éstas deben respetar para poder ser consideradas como tales, determinando a priori su “deber ser”» (p. 84). Esto implica redefinir la relación entre la filosofía y las ciencias, renunciando a toda clase de fundacionalismo y en especial a la idea de una razón eterna, que, basada en las estructuras de la lógica, a la manera de los neopositivistas, diera sustento a la unidad de la ciencia.7

Por lo contrario, como destacaba Bachelard en La filosofía del no, son las ciencias las que instruyen a la razón. De este modo, es necesario historizar la razón científica, lo que conlleva asumir «el carácter fragmentario de la razón como una característica sustancial del saber científico» (p. 86). Así, «no es una tarea del filósofo determinar a priori la extensión del concepto de ciencia» (p. 92). «En la perspectiva bachelardiana, la actividad científica ya por sí misma produciría una epistemología. El cometido de la epistemología sería en consecuencia hacer emerger esta filosofía implícita en la ciencia» (p. 167).

En Bachelard la función social de la historia de la ciencia es desarrollar en la sociedad el interés por el pensamiento científico y el valor de la ciencia, de modo de integrar la cultura científica en la cultura general. De ahí una visión de la historia que valoriza el progreso científico en términos de un proceso constante de superación de obstáculos epistemológicos. En este sentido, el conocimiento de los errores es lo que permite educar a la razón científica. Por ende, «el historiador no puede desconocer a la ciencia contemporánea, porque sólo en base a ésta las rupturas epistemológicas pueden hacerse visibles y significativas: para bien juzgar el pasado, debe conocer el presente, debe aprender lo mejor que pueda la ciencia cuya historia quiere escribir, Y en esto, la historia de las ciencias […] está estrechamente ligada a la actualidad de la ciencia» (p. 132). Basada en la idea de recurrencia, la concepción bachelardiana de la historia de la ciencia como historia del progreso científico es diametralmente opuesta a la de Kuhn. A la vez, la oposición entre conocimiento científico y sentido común se sitúa en las antípodas del “principio de simetría” enunciado por David Bloor, y que ha inspirado a tantos etnógrafos, comenzando por Bruno Latour (p. 133).

La socialización y politización de la EH son los temas de la tercera parte del libro. El capítulo 1 se titula “Perspectivas antropológicas-sociales en epistemología histórica” y aborda en un principio el aspecto de la “socialización”, comenzando con la polémica entre internalistas y externalistas. Es esta una disputa a la cual los epistemólogos franceses -con la excepción de Koyré, embanderado con los “internalistas”- no le prestaron mayor atención. Es que la EH en general se caracterizó por «una sensibilidad particular hacia los componentes antropológicos, sociales y políticos del conocimiento sin por ello renunciar a un análisis interno de los contenidos científicos» (p. 200).

En Bachelard, el cogitamus resultante de la “unión de los trabajadores de la prueba” viene a sustituirse al solipsista cogito cartesiano, mostrando el carácter social de la racionalidad científica. «El conocimiento tiene un carácter social aún antes del encuentro efectivo entre los sujetos empíricos porque es la estructura misma de la razón y de sus dinámicas de funcionamiento la que presupone la existencia de una alteridad racional» (p. 222).

El sujeto de la ciencia es la ciudad científica trabajando en la producción de verdades racionalmente coordinadas. Esta forma de socialización de la EH es, por lo demás, totalmente coherente con la teoría del regionalismo epistemológico, porque los científicos se unen en células sociales que componen la ciudad científica, y tienen «la posibilidad de desarrollar la razón dialogada y dialéctica basada en un proceso de “diversificación” social» (p. 227).

El resto del capítulo 1 está dedicado a la cuestión de la politización de la EH. Es que, por más que hayan exhibido alguna simpatía por ideas socialistas, ni Bachelard ni Canguilhem fueron marxistas, y menos aún comunistas.8 Sin embargo, Canguilhem, a partir de su diálogo con Althusser y Foucault, llegó a desarrollar una línea de investigación sobre el concepto -por cierto oximorónico, en una perspectiva althusseriana- de ideología científica como un modo de interactuar con el clima intelectual francés de fines de los sesenta y a la vez de «resolver las tensiones teóricas que la adopción de la epistemología bachelardiana había generado en la construcción de narrativas historiográficamente sólidas» (p. 238).9

Finalmente, el segundo capítulo de esta tercera parte está dedicado a los exponentes del pensamiento francés que han sido más relevantes en la perspectiva de las ciencias sociales, y trae a la luz las intersecciones de la EH con el estructuralismo y el post-estructuralismo: Althusser, Foucault y Bourdieu. De estos tres autores, Bourdieu aparece claramente como el más fiel al espíritu de la EH, si acordamos con Ienna que «la tendencia a historizar la razón sin relativizarla es el corazón palpitante de la epistemología histórica» (p. 288). Aunque es cierto que hay una fuerte afinidad de Bourdieu con el pensamiento de Kuhn, como afirma Ienna (p. 290),10 hay un punto crucial en el cual se rehúsa a seguirlo, y es justamente el de su relativismo. En contra de los devaneos de muchos de los cultores de la Sociology of Scientific Knowledge, Bourdieu, en la senda de Bachelard y Canguilhem, continuó siempre viendo en la ciencia un progreso de lo universal.

Completa este trabajo un Apéndice en el que Ienna se plantea la pregunta acerca de la existencia de un canon de la epistemología histórica italiana, más allá de que la recepción del positivismo en ese país se haya visto obstaculizada por la fuerte impronta croceana. Dedica Ienna algunas páginas a cada uno de quienes podrían ser los principales exponentes de dicho canon, comenzando por el más famoso de ellos -Federigo Enriques-, quien era considerado como uno de los fundadores del neopositivismo (en el mismo nivel que un Bertrand Russell) a la vez que era reconocido como un precursor e inspirador por los padres fundadores de la épistémologie historique (p. 303). A Enriques se suman los aportes de Antonio Gramsci, Ludovico Geymonat, Galvano della Volpe, Giulio Preti, Paolo Rossi y otros. Se trata de un conjunto de autores en cada uno de los cuales es posible reconocer elementos aislados que mantienen diversos puntos de contacto con la tradición francesa. El ejercicio como tal no carece de interés, sin que por ello la pregunta acerca de la existencia de un canon italiano de la EH pueda terminar de recibir una respuesta positiva.

Así, la referencia a Italia aparece como un plus en un libro que se puede considerar como un aporte significativo a la descripción de la constitución histórica del campo de la epistemología, en el cual, de modo en todo análogo a lo que acontece en los demás campos de las ciencias humanas y sociales, la circulación internacional de las ideas sigue dependiendo de las diferentes características de los contextos nacionales en cuanto a las modalidades de su recepción.

Notas

1 Bourdieu P., J.-C. Chamboredon y J.-C. Passeron, Le métier de sociologue, París, Mouton-Bordas, 1968, p. 7.
2 Ver Bourdieu, P. (con Beate Krais). “Meanwhile, I have come to know all the diseases of sociological understanding”. En P. Bourdieu, J. C. Chamboredon y J.-C. Passeron. The Craft of Sociology, Berlín y Nueva York, Walter de Gruyter, 1991, p. 247.
3 Ver Suppe, F., La estructura de las teorías científicas, Madrid, Editora Nacional, 1979.
4 En French Sociology, Ithaca y Londres, Cornell University Press, 2015, p. 44.
5 Como observaba Foucault, «eliminen a Canguilhem y ya no comprenderán gran cosa de toda una serie de discusiones entre los marxistas franceses ni captarán la especificidad de sociólogos como Bourdieu, Castel, Passeron que los marca con tanta fuerza en el campo de la sociología; se les escapará todo un aspecto del trabajo teórico realizado por los psicoanalistas y en particular por los lacanianos» (citado por Ienna, p. 248).
6 No casualmente, ya en 1935 el joven Canguilhem, con la dirección de Célestin Bouglé (uno de los durkheimianos del grupo de l’Année sociologique), había presentado su trabajo para el Diploma de Estudios Superiores sobre el tema de Comte y el positivismo (p. 229).
7 Ajeno a la tradición de la EH, aunque también inspirado en Comte, Norbert Elias, en un texto de 1982, también optaba por las ciencias en detrimento de las pretensiones de una epistemología filosófica: «Los filósofos trascendentalistas reivindican a menudo comandar a las ciencias en general. Esta reivindicación debe ser fuertemente rechazada. Ella remite a una empresa esotérica que carece de cualquier utilidad para el trabajo de los investigadores en ciencias sociales, así como, probablemente, para los de las ciencias naturales» (en La dynamique sociale de la conscience. Sociologie de la connaissance et des sciences, edición de Marc Joly, París, La découverte, 2016, p. 173).
8 Canguilhem describía su relación con Althusser: «se dio el caso de que no le parecí demasiado reaccionario, ni él me pareció demasiado testarudo, de miras estrechas. Y así nos llevamos bastante bien» (citado por Ienna, p. 75).
9 Según Lecourt, era la unidad que los autores de la EH establecían entre la historia de la ciencia y la epistemología la que los aproximaba al materialismo histórico y el materialismo dialéctico (citado por Ienna, p. 244).
10 Al punto de que el mecanismo que está en la base de la objetividad científica es definido por Bourdieu exactamente en los mismos términos en que lo hacía Kuhn: ver D. Baranger, Epistemología y metodología en la obra de Pierre Bourdieu, Buenos Aires, Prometeo, 2004, p. 153.
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